El tema de la conducta paleolítica relacionada con la muerte siempre ha suscitado una importante controversia sobre la realización intencionada o no de las posibles tumbas encontradas en diversos yacimientos. Sobre todo en las pertenecientes al Paleolítico Medio, y más aún las relacionadas con el Neandertal. El problema se ha enfocado siguiendo los métodos que la Arqueología ha dispuesto desde su inicio como ciencia. Es decir, identificar el yacimiento en el tiempo y el espacio, así como obtener de sus características físicas (objetos y huesos) y conductuales (simbolismo, intenciones, relaciones, etc.) todo aquello que pueda aportar al estudio de la conducta humana.
Sin embargo, en este procedimiento se aprecia la falta de unos factores de gran importancia para el estudio de la conducta humana. Serían los aspectos cognitivos de las poblaciones humanas que crearon tales yacimientos. Esta ausencia facilita la desaparición de los impedimentos cognitivos que limitan y encauzan la conducta humana, por tanto todo lo que podamos imaginar parece teóricamente posible, lo que es evidente de que no puede ser cierto, y si lo fuera habría que aportar una adecuada fundamentación científica.
Con esta actitud se aplica automáticamente conductas cognitivas que conocemos en la actualidad (de todas las culturas humanas conocidas), sin que tengamos ninguna seguridad de que tal aplicación sea la correcta. Efectivamente, ¿quién se ha preocupado por las posibilidades cognitivas de esas poblaciones paleolíticas? Como se desconocen, y a pesar de imaginemos que serían diferentes, aplicamos lo conocido. Sería la conducta humana más corriente, trasladar nuestro conocimiento y experiencia a lo que no conocemos, hasta que se descubran nuevas formas de afrontar estos cuestiones. Sin embargo, para el uso de tales prácticas sean útiles hay que simplificar el problema lo máximo, pues la complejidad conductual se explica muy mal con argumentos elementales. Así, ante el hecho de los entierros musterienses el dilema se simplifica: si el entierro se realizó intencionadamente, es que sus creadores poseían un simbolismo que plasmaron en la tumba. Tal simbolismo se relaciona automáticamente con las ideas religiosas de otra vida o mundo espiritual. Es patente que se ignora la realidad del continuum del desarrollo cognitivo y conductual que va a configurar los diversos estados intermedios que conforman las características de la evolución conductual humana. Además, se olvidan numerosas connotaciones que la realidad de la muerte presenta en todas las sociedades humanas y, que se quiera o no reconocerlo, siempre están presentes en esas circunstancias.
La muerte de todo ser vivo desencadena una importante serie de reacciones biológicas y psicológicas que dificultan la convivencia en el mismo lugar del óbito. Nada más ocurrir, como consecuencia del inicio de los mecanismos de descomposición biológica, se produce una obligada reacción social (activa o pasiva) entre el resto de los componentes del grupo ante una serie de fenómenos que son difíciles de soportar (las fases de descomposición orgánica, olores, invasión de insectos, etc.). También, se originaría una fuente de atracción de los animales carnívoros o carroñeros, lo que pondría en peligro la propia integridad del grupo. Por último, pero fundamental en el género Homo, hay que tener en cuenta sus particulares procesos cognitivos (emocionales, sociales, etc.), que se irían complicando según se creaban y desarrollaban sus respectivas capacidades cognitivas (estados intermedios).
Hay que destacar las muertes en el hábitat por enfermedades (sin aparente causa-efecto), pues causarían un desconcierto en sus familiares y compañeros. Entre los primates actuales la presencia de un cadáver, más aún el de un infante, produce un desasosiego entre sus familiares (madre o miembros del grupo más cercanos), que se soluciona con el abandono definitivo del mismo fuera de la zona de acampada, y la marcha a otros lugares (Goodall, 1986). Por tanto, toda muerte en el hábitat, y posiblemente con otras connotaciones fuera de él, induce a una respuesta con dos aspectos diferentes (sanitarios y añadidos), pero que no siempre se dan juntos.
I. Carácter sanitario. Sus características dependerán de las costumbres establecidas por la sociedad y del desarrollo cognitivo que hayan alcanzado.
- Desplazamiento, ya sea con el traslado del difunto a lugares lejanos y su posterior abandono, o por medio del desplazamiento del grupo a otras zonas dejando el cadáver en el lugar donde ocurrió el óbito. Es la conducta de los grandes monos actuales (Goodall, 1986).
- Desaparición, por medio de su ocultación en un lugar cercano, pero con ciertas características que permitieran evitar todos los inconvenientes anteriores. El enterramiento cerca del lugar de habitación puede ser una solución, pues al estar tapado por tierra y/o piedras se evitan todos los problemas ya señalados. En las cuevas, la existencia de simas facilita mucho tal labor, ya que con arrojar el cadáver en ellas se obtiene una rápida y práctica solución. Parece ser la conducta más idónea para sociedades con un hábitat bien definido, siendo el desplazamiento del grupo a otro lugar poco práctico. La mayoría de los enterramientos realizados en las cercanías o en el mismo lugar del hábitat pueden requerir la construcción de una estructura que lo posibilite. La excavación de un agujero donde colocar el cadáver, la mayoría de las veces encogido pues así se necesita menos espacio, y el posterior taponamiento con tierra, losas de piedra o simplemente piedras, constituye la forma más habitual entre las tumbas realizadas en el mismo lugar de hábitat con anterioridad al Paleolítico Superior. La colocación de losas de piedra en los bordes de la fosa permitiría una mejor ubicación del cadáver, e indicaría cierto desarrollo de la capacidad de estructuración espacial, que ya existía con limitado desarrollo al final del Paleolítico Medio en diversas áreas geográficas. La incineración es otra forma de deshacerse del cadáver, pero conlleva un alto coste de energía y tiempo para que sea eficaz. Sin embargo, es frecuente encontrar restos óseos (con indicios o no de enterramiento) relacionados con el fuego de los hogares o con huesos quemados próximos a ellos. Otra forma sería el canibalismo, pues con su uso desaparecen todos los inconvenientes sanitarios y, además, sería una fuente de nutrientes.
II. Respuestas añadidas (sociales, emotivas y/o espirituales). Hay que admitir que un enterramiento intencionado no tiene por qué tener siempre asociada una motivación simbólica. Tradicionalmente, la posibilidad de cierto simbolismo se ha supuesto por la complejidad estructural de la inhumación y/o por la presencia de objetos, colorantes o huesos de animales, que sólo podrían justificarse por la existencia de un mayor interés por el difunto, ya sea familiar y/o social, o por creencias metafísicas. Algunos autores (Stringer y Gamble, 1996; Gargett, 1999) no creen que las posibles inhumaciones del Paleolítico Medio sean fruto de un comportamiento simbólico ni intencionado, sino por causa de alteraciones locales de sedimentación, o por la conducta de los depredadores en las cuevas y abrigos. No obstante, sus oponentes (p. e. Riel-Salvatore y Clark, 2001; Pettitt, 2002; Trinkaus y Zilhao, 2002) tampoco aportan datos concluyentes sobre la existencia de un complejo simbolismo, simplemente indican la posibilidad de su existencia, pero con escaso fundamento científico. El análisis del simbolismo humano, en los periodos poco desarrollados de la evolución cultural, habría que realizarlo sobre las características cognitivas de la propia sociedad que lo produjo. Para ello sería necesario poder estudiar sus capacidades y desarrollo cognitivo, para comprobar que fueron suficientes como para producir tal conducta sospechosa de simbolismo. En este sentido, es difícil aceptar que la conducta mortuoria del Paleolítico Medio tuviera un nivel mayor de desarrollo que el alcanzado en las conductas de supervivencia (tecnología, logística, relaciones sociales, etc.). Es preciso adquirir previamente los conceptos de conciencia reflexiva o autoconciencia para su desarrollo, pues no podemos atribuir a otros humanos conceptos simbólicos de carácter metafísico, si antes no somos concientes de nuestra propia existencia y la del muerto.
La muerte, sobre todo en los casos en los que la relación causa-efecto es difícil de establecer, es un proceso biológico de compleja asimilación y comprensión por parte de sociedades con desarrollos cognitivos-culturales incipientes. Ante la demanda social e individual de respuestas sobre la muerte, se producirían conductas y explicaciones (reales o imaginarias) más o menos abstractas y socialmente aceptadas. Pero para que exista una relación con los hechos espirituales es imprescindible cierto desarrollo de la autoconciencia reflexiva y cierta elaboración de los conceptos espaciales y temporales. Con estas condiciones cognitivas y la demanda social se obtendrían una serie de respuestas sobre tan enigmático proceso, entre las que destacan la creación de otro mundo de naturaleza desconocida, junto con la estructuración de unas relaciones entre la sociedad, sus muertos y ese mundo desconocido. Naturalmente, la existencia de numerosas poblaciones con independencia en la elaboración de sus propias ideas, hace que existan múltiples y diferentes concepciones sobre la forma en que construyeron tales relaciones. Ante esta variedad de soluciones sólo se puede deducir conductas en función de los datos obtenidos de los yacimientos arqueológicos y, aún así, las conclusiones tendrían una seguridad limitada.Por tanto, en toda inhumación hay que tener en cuenta otras posibles motivaciones, además de las imprescindibles sanitarias:
- Afectividad al difunto conceptuado como otro yo. Los componentes emocionales pudieron existir entre algunos de los elementos del grupo más unidos al difunto, aumentando según las capacidades cognitivas que se fueran desarrollando. Serían un factor añadido de respeto social al difunto, que podemos ver igualmente al final del Paleolítico Medio (Defleur, 1993). Puede relacionarse con los enterramientos de personas con algún significado social especial, lo que obligaba de alguna manera a su cuidado por tener lesiones importantes que les impedirían sobrevivir por sí solos. Con estas conductas se evitaría la acción de los carroñeros, realizando estructuras sepulcrales más compactas o estructuradas. Destacan como factor emocional el entierro de niños, pues en las tumbas encontradas en los lugares de habitación o sus proximidades correspondieran a un enterramiento selectivo de los niños muertos en el hábitat, los cuales llagan a ser un 40% del total (Defleur, 1993).
- Aspectos de jerarquización social. Con el paulatino aumento de la autoconciencia y estructuración social, no cabe duda que la muerte de los miembros más significativos del grupo tendría un impacto social de mayor relevancia.
- Conceptos metafísicos (espirituales, mágicos y/o religiosos), encaminados a satisfacer las necesidades derivadas de la creación de las ideas sobre la muerte y la espiritualidad que se hayan establecido socialmente. Para poder atribuir un simbolismo de este tipo a un enterramiento o a una antropofagia ritual es imprescindible la existencia de conceptos sobre la conciencia reflexiva, lo suficientemente elaborados como para tener conciencia de nuestra propia existencia y la de los demás dentro de un amplio concepto temporal y espacial. Así mismo, es preciso un tiempo de desarrollo de las ideas espirituales o mágico-religiosas que aplicar a la propia inhumación (simbolismo reflexivo de carácter espiritual o trascendente), lo que sólo se encuentra con seguridad en el Paleolítico Superior.
De todos estos temas trata el último articulo que he publicado en la revista Zephyrus (Rivera, 2010), y que puedo resumir en los siguientes apartados:
- Enfoque metodológico del simbolismo.
- Desarrollo cognitivo durante el Paleolítico medio y el MSA.
- Conductas funerarias del Paleolítico medio y MSA africano
- Aplicación de la metodología elaborada a los datos del registro arqueológico: conclusiones.
* GARGETT, R. H (1999): “Middle Palaeolithic burial is not a dead issue: the view from Qafzeh, Saint-Cézaire, Kebara, Amud and Dederiyeh” Journal of Human Evolution. 37, pp.27-90.
* GOODALL, J. (1986): The Chimpanzees of Gombe: Patterns of Behavior. The Belknap Press of Harvard University Press. Cambridge, Massachusetts, London.
* PETTITT, P. B. (2002): “The Neanderthal dead: exploring mortuary variability in Middle Palaeolithic Eurasia”. Before Farming. 1 (4), pp, 1-19.
* RIEL-SALVATORE, J. y CLARK. G. A. (2001): “Grave Markers Middle and Early Upper Paleolithic Burials and the Use of Chronotypology in Contemporary Paleolithic Research”. Current Anthropology. 42 (4), pp. 449-478.
* RIVERA, A. (2010): ”Conducta simbólica. La muerte en el Paleolítico Medio y MSA”. Zephyrus. Vol. LXV, 39-63.
* STRINGER, C. y GAMBLE, C.(1996): En busca de los Neandertales. Crítica, Barcelona.
* TRINKAUS, E. y ZILHAO, J. (eds) (2002): Portrait of the Artist as a child: the gravettian human skeleton from the Abrigo do Lagar Velho and its archeological context. En Social Implications. Trabalahos de Arqueología. 22, pp. 519-541. Instituto Portugues de Arqueología. Lisboa.
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