La conducta simbólica moderna aparece cuando las abstracciones básicas de la individualidad, espacio y tiempo adquieren el suficiente desarrollo como para que pueda emerger la autoconciencia reflexiva que nos caracteriza (capacidad cognitiva emergente). Para ello, es necesario la propia interacción social entre los miembros del grupo y con otros grupos (Shennan, 2001), del propio desarrollo socioeconómico de estas poblaciones (Hernando, 1999), y de un lenguaje con los elementos de identificación social y/o personal con su ubicación temporal y espacial (Rivera, 2004, 2009). Por tanto, el simbolismo debe ir asociado a situaciones arqueológicas en las que se observe un aumento demográfico de las poblaciones que convivan en una determinada área geográfica, así como de cierta evolución socioeconómica, consecuencia del desarrollo de las capacidades cognitivas que lo posibiliten.
Sin embargo, la aparición emergente de estas capacidades cognitivas no significa que se desarrollen automáticamente las conductas espirituales y religiosas que vemos ya desde el inicio del Paleolítico Superior. En este sentido, el estructuralismo funcional tiene mucho que decir, pues indica el posible camino sociocultural que tuvieron que seguir los humanos del momento para desarrollar estas conductas.
Es difícil conocer cómo pudo iniciarse un simbolismo de estas características espirituales, pues en la naturaleza y sociedad (fuentes de todos los estímulos e ideas humanas) no se aprecian procesos ni acciones de orden metafísico. Hay que buscar procesos cognitivos humanos que de alguna manera favorecieran el desarrollo de este mundo inmaterial. Todas las respuestas pasan por un concepto general, los estados de conciencia diferentes o alterados respecto a la conciencia normal. Con la emergencia de la autoconciencia, aparecerían de forma conciente (considerados como propios y reales) los sueños o alucinaciones que siempre habían existido, pero que no afloraban al plano consciente, pues esta capacidad cognitiva emergente aún no se había desarrollado lo suficiente. Sería una emergencia onírica que había que interpretar y mostrar (representar), lo que socialmente se logro por medio de todo tipo de representaciones, de las que las visuales son las que tenemos sus restos (manifestaciones gráficas).
Como es lógico, para su realización es imprescindible que estén bien desarrollados los conceptos del yo / otros, de un espacio amplio y diverso, y dentro de un tiempo pasado, presente y futuro, pues son características básicas de toda experiencia metafísica. Efectivamente, estas experiencias siempre requieren la aceptación de otros seres diferentes a nosotros (individualidad), que viven en otro mundo indefinido (espacio determinado, aunque indefinido), y en un tiempo amplio (pasado, presente y futuro). Conocemos diversos estados de conciencia alterados:
- Incontrolables. Serían los sueños en general, y las alucinaciones por enfermedad (fiebre, alteraciones psiquiátricas, estados superficiales de coma). Son experiencias comunes a todos los seres humanos, careciendo de cualquier tipo de control sobre ellos. Aunque existe una relación causa (enfermedad) y efecto (alucinaciones), esta no pudo ser comprendida por los humanos de aquellos tiempos.
- Relativamente controlables. Alucinaciones inducidas por drogas de la naturaleza, junto con rituales frenéticos de carácter repetitivo. En estos casos, se puede establecer una causa-efecto y un cierto control. No se conocen el uso de alucinógenos en el paleolítico, pero no sería nada raro que, en su permanente búsqueda de vegetales comestibles, de una forma accidental encontraran algunos de ellos con estas propiedades. La interpretación o explicación de lo sucedido tras su ingesta les llevaría a una respuesta de carácter espiritual, claramente diferente con su conducta simbólica hasta este momento, siendo muy difícil de definir para ellos, de explicar al resto de la sociedad, y de comprender por nuestra parte.
Puede que todos estos casos de conciencia alterada (unos más que otros) indujeran, tras los avances simbólicos de la personalidad ubicada en un tiempo y espacio, a crear un complejo mundo de características inmateriales, pero que siempre se producían en las condiciones antes mencionadas, por lo que para sus productores debieron de tener una existencia real. Esto es lo que nos indica el estructuralismo funcional, pero las explicaciones que pudieron desarrollarse entre los humanos del momento pudieron ser múltiples, por lo que sólo nos queda intentar seguir el hilo conductor de su desarrollo por medio de los tenues indicios que podamos encontrar en el registro arqueológico (manifestaciones gráficas, adornos, enterramientos, ajuares, conductas simbólicas, etc). No obstante, siguiendo con las pautas del estructuralismo funcional, todas las alucinaciones seguirían los patrones cognitivos que haya podido adquirir el pensamiento de su creador. Es decir, sólo pueden tener como base los conocimientos y recuerdos que tenga el sujeto que alucina, pues todo lo que no se conoce es como si no existiera. Naturalmente, tal concepto limitaría mucho las posibilidades explicativas de estos procesos de conciencia alterada.
Por tanto, ante toda conducta en la que se intuye cierto simbolismo espiritual, hay que comprobar si la sociedad que la creó tenía un nivel de capacidad y desarrollo cognitivo que lo posibilitaba, o no era capaz (en ese momento de su desarrollo cognitivo) de generar conductas con ese tipo de simbolismo. En su inicio, para que fuera socialmente aceptado, debería de existir algún signo o simbolización (primero palabras y/o gestos, después objetos y conductas) que representase lo alucinado, pero que pueda ser conocido por el resto de la sociedad. Tras admitir esta simbolización (la existencia de otro mundo diferente al real), se abre el camino a futuras y más complejas composiciones espirituales.
En este punto, encontramos dos procesos (en principio independientes) de compleja explicación. Primero, la existencia (aparentemente real para el que las vive) del mundo que proporciona los estados de conciencia alterados. Segundo, las preguntas sobre procesos naturales (muerte, nacimientos, fuerzas incontrolables de la naturaleza, etc.) que ni se comprenden ni pueden justificarse. En algún momento, ambos procesos pudieron unirse en el intento de ofrecer explicaciones a este tipo de conceptos. Sería la consecuencia de un proceso social encaminado a controlar y explicar conceptualmente los fenómenos naturales que afectan a la vida personal y social. Con el tiempo, se fueron estructurando en función de las respuestas que socialmente se vayan elaborando sobre la toma de conciencia de los hechos anteriores. En su desarrollo se formarían una serie de elementos simbólicos encaminados a representar, organizar y enseñar a los elementos de la sociedad que los originó. Por tanto, la creación, control y fin de la vida y del medio donde se desarrolla, pueden justificarse con la existencia de un ser o seres diferentes a nosotros en su forma y cualidades. Sin embargo, en principio sólo podrían atribuirles formas y cualidades humanas, de animales o elementos del medio ambiente, es decir, de lo que se conoce. Como es lógico, en este punto la variedad puede ser enorme, lo que dificulta mucho su estudio, siendo imprescindible dejarse guiar exclusivamente por los datos constatados que nos ofrecen los yacimientos (Rivera, 2010).
Con estas premisas podemos iniciar, con cierto fundamento, el estudio de las manifestaciones simbólicas que vemos con claridad a partir del inicio del Paleolítico Superior (expresiones gráficas) o incluso analizar con mayor profundidad las que vemos en el Paleolítico Medio (enterramientos).
¿Qué se puede pensar ante unas pinturas realizadas en el interior de una cueva en zonas alejadas del hábitat, o que no han sido ocupadas nunca? Las respuestas estarían limitadas por varios condicionamientos:
- Contexto cognitivo en el momento en que se crearon.
- Limitaciones conductuales señaladas por las características del estructuralismo funcional.
- Limitaciones conductuales señaladas por las características del estructuralismo funcional.
- Características generales de las conductas simbólicas en general, pues todas parten de las mismas y limitadas pautas conductuales que las producen.
Todo no es posible. El camino propuesto es sin duda nuevo, pero muy interesante pues nos ofrece diferentes pautas interpretativas a lo conocido hasta ahora. En su realización, sería más fácil eliminar de nuestro estudio lo que no pudo ser, que conocer con exactitud lo que en realidad aconteció.
Todo no es posible. El camino propuesto es sin duda nuevo, pero muy interesante pues nos ofrece diferentes pautas interpretativas a lo conocido hasta ahora. En su realización, sería más fácil eliminar de nuestro estudio lo que no pudo ser, que conocer con exactitud lo que en realidad aconteció.
* HERNANDO, A. (1999) - Percepción de la realidad y Prehistoria, relación entre la construcción de la identidad y la complejidad socio-económica en los grupos humanos. Trabajos de Prehistoria. Madrid. 56:2, p. 19-35.
* RIVERA, A. (2004) - Arqueología cognitiva. Una orientación psicobiológica. ArqueoWeb 6 1. Universidad Complutense de Madrid.
* RIVERA, A. (2009): “La transición del Paleolítico Medio al Superior. El Neandertal”. Arqueoweb 11.
* RIVERA, A. (2010): ”Conducta simbólica. La muerte en el Paleolítico Medio y MSA”. Zephyrus. Vol. LXV, 39-63..
* SHENNAN, S. (2001) - Demography and Cultural Innovation: a model and its implications for the emergence of modern human culture. Cambridge archaeological journal. Cambridge. 11: 1, p. 5-16.
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