Desde
el comienzo de nuestro linaje (Homo
habilis y su forrajeo de lugar central) los seres humanos han ido construyendo un mundo en
el cual poder vivir lo mejor posible. En el Paleolítico tal mundo siempre se
basaba fundamentalmente en la propia supervivencia y, de forma clara, a partir
del Paleolítico superior en un mundo espiritual y social con un continuo
ascenso en complejidad y eficacia adaptativa.
Partiendo
de conceptos ecológicos todas las especies viven en un nicho ecológico. Sería un
lugar geográfico con ciertas características físicas, químicas, topográficas, latitudinales o fisionómicas
del ambiente (lugar), y donde la especie (individuo, población) puede desarrollarse
en el espacio y en el tiempo, gracias a las relaciones funcionales (conducta) con
la comunidad con dicho hábitat. Como es lógico, todas las especies humanas
participan de estos conceptos, pues solo pueden vivir, procrear y desarrollarse
en lugares determinados que así lo permitan. Al nacer, todos se encuentran es
un conjunto de interacciones sociales mediadas por artefactos simbólicos
(cultura) y materiales (medio ambiente determinado). Este conjunto constituye
el nicho
ecológico en el que la cognición humana se desarrolla normalmente, y
sin el cual muy probablemente no llegaría a desarrollarse plenamente
(Tomasello, 1999).
Sin embargo, a diferencia de las demás especies, la
capacidad de aprendizaje social, las habilidades cognitivas generales y el
lenguaje humano permiten que la construcción de este nicho sea un proceso de permanente
acumulación y transformación, en el que los procedimientos, las
herramientas y las ideas se van mejorando de generación en generación (Tomasello,
1999; Bickerton, 2009). Es decir, en las poblaciones de las diversas especies
del género Homo se ha producido una
evolución cognitiva que posibilita una mejor adaptación a más medios
ambientales. La mayor resistencia a los cambios ecológicos y la posibilidad de
ocupar nuevos hábitats por parte de las poblaciones humanas, no se deben
principalmente a la evolución morfológica, sino a la evolución cognitiva.
En este contexto, algunos autores han definido a este nicho
ecológico como cognitivo, queriendo resaltar la mayor influencia de la cognición humana sobre
las características de estos espacios ecológicos. Se fundamenta en la
concepción innata de muchas de nuestras capacidades
cognitivas, las cuales han sido desarrolladas y moduladas
por la selección natural, para poder resolver problemas concretos de adaptación
a los que los humanos
han tenido que enfrentarse con frecuencia. Las habilidades claves serían dos: el
uso del razonamiento causal para realizar inferencias relativas a las
contingencias propias del ambiente local, y la habilidad para aprender
unos de otros, gracias a la cual se reduce enormemente el coste de adquirir la
información necesaria para adaptarnos a las condiciones ambientales propias de
cada lugar (Pinker, 2010).
Otra alternativa sería el concepto del nicho
cultural. Se fundamenta en que la hipótesis del nicho cognitivo
sobreestima el papel innato dirigido por la selección natural de las
habilidades cognitivas humanas como responsables del éxito de la especie, y
subestima el papel que en ese éxito ha jugado la cultura. La hipótesis del
nicho cultural da mucha mayor importancia a la capacidad para aprender de los
demás, ya que nos ha permitido acumular información generación tras generación,
y desarrollar herramientas, creencias y prácticas que ningún individuo podría
desarrollar o inventar por sí mismo. La evolución cultural, al haber operado
a lo largo de generaciones, habría acumulado y combinado elementos de tal
manera que ha creado paquetes adaptativos que no dependen de la capacidad de
los individuos para comprenderlos y utilizarlos (Boyd et al. 2011).
Un último aporte sobre este
complejo proceso lo realiza el Estructuralismo
funcional, al opinar que el desarrollo cognitivo del género Homo,
además de la propia neuroevolución propia del linaje humano, se produce
mediante la influencia del medio
ambiente cultural, produciéndose un desarrollo cognitivo y, por tanto,
importantes cambios conductuales. Sería la hipótesis del nicho cognitivo-cultural
(Rivera y Menéndez, 2011). Tales cambios se producen gracias a la
existencia de tres procesos que son los
que van a producir y regular los mecanismos de la evolución cognitiva:
-
Exaptación. Al analizar la
conducta en la prehistoria vemos que la neuroevolución no parece estar
encaminada a la creación de las altas capacidades cognitivas que configuran
nuestra conducta (lenguaje, escritura, simbolismos de todo tipo, etc.), pero sí
para la recogida y procesamiento del la información que se puede adquirir de la
observación del medio ambiente, lo que nos pone en el camino de los conceptos
evolutivos de la exaptación.
- Coevolución. El trabajo neuronal que se realiza con
esta información es variado, y puede especializarse en diversa zonas cerebrales
de compleja interrelación. Podemos desconocer con exactitud las características
de esta interrelación o del porqué se asientan en unas u otras áreas
cerebrales, pero estamos seguros de que sin la influencia medioambiental
(entrada de información o sensaciones) nada de esto se produce, o se realiza de
forma anómala. Parece que la coevolución
de todas estas áreas, en consonancia con la influencia medioambiental, es lo
más común que podemos observar en el desarrollo cognitivo humano. Naturalmente,
estamos hablando de una coevolución cognitiva que se asienta en las
características exaptativas de nuestra neuroevolución.
- Emergencia cognitiva. De esta coevolución cognitiva influenciada por las aferencias exteriores y
organizadas por el lenguaje se va a producir la emergencia de una capacidad cognitiva de gran trascendencia para la
conducta humana: la autoconciencia.
En todos estos procesos el lenguaje juega un papel primordial como organizador del pensamiento,
de la conducta y de la transmisión generacional de todos los avances
culturales y simbólicos que se hayan podido realizar.
Así, se podría explicar la influencia de la cultura sobre
la evolución o efecto Baldwin (Bateson, 2004). Al estructurar cognitivamente las áreas de asociación
del córtex de cada especie humana con la influencia medioambiental,
se consiguen desarrollar capacidades cognitivas emergentes, pero que en principio no evolucionaron
para tal fin (exaptación).
La expansión demográfica produciría un aumento de la relación social, que a su vez originaría un mayor desarrollo
lingüístico y cognitivo, creando el ya mencionado nicho cognitivo-cultural
que se transforma en un mecanismo de selección natural.
Estos
conceptos conllevan la consecuencia de que todos los humanos requieren desde su
mismo nacimiento interaccionar constantemente con un medio social adecuado
(racional y emocional), su falta o limitación grave dañaría irreversiblemente
su desarrollo cognitivo, con un importante déficit de las capacidades
cognitivas tal y como las vemos entre los demás miembros de la sociedad. Todo
ello sin que exista un déficit neurológico que lo justifique, sino que las
capacidades cognitivas (entendidas como potencialidades a desarrollar) no lo
han hecho en su adecuada medida. La importancia de la influencia del medio
ambiente (nicho cultural-cognitivo) es crucial para nuestro desarrollo
cognitivo, lo que es aplicable a todas las especies del género Homo.
- BATESON, P.
(2004): “The Active Role of Behavior in Evolution”. Biology
and Philosophy 19: 283-298.
- BOYD, R.; RICHERSON, P. J. y HENRICH, J. (2011): “The
cultural niche: Why social learning is essential for human adaptation” PNAS 108 suppl 2: 10918-10925.
- PINKER,
S. (2010): “The cognitive niche: Coevolution of intelligence, sociality, and
language”. Proceedings of the National Academy of Sciences , vol. 107,
suppl. 2: 8993–8999.
- RIVERA, A. y MENÉNDEZ, M. (2011): “Las conductas simbólicas en el Paleolítico.
Un intento de comprensión y análisis desde el estructuralismo funcional”. Espacio,
Tiempo y Forma, Nueva temporada,
4.
-
TOMASELLO, M. (1999): The Cultural Origins of
Human Cognition. Harvard University Press.