En las numerosas culturas que han formado nuestra Historia el lenguaje ha sido considerado como una propiedad humana de características innatas y exclusivas de los seres humanos. Sería un don que los dioses nos habían concedido en el acto de la creación. Este concepto nace de la simple observación, pues ningún otro animal es capaz de producir los sonidos del lenguaje con las características de intencionalidad y comunicación social de lo que pensamos. La idea de innatismo se refuerza con el hecho de que aparentemente todos los niños comenzaran a hablar desde muy temprana edad, sin que se aprecie un claro proceso de enseñanza intencionada por parte de algún adulto. Parece que genéticamente estamos programados para hablar, usando una determinada lengua. Pero, si el lenguaje es una propiedad humana de carácter innato ¿cual sería la lengua que primero hablasen los niños? Esta pregunta que en la actualidad parece pueril, no lo fue tanto en siglos anteriores.
Así, no es raro que existan diversos documentos que reflejen inquietudes sobre el tipo de lenguaje que primero se manifestaría en los recién nacidos. En el siglo VII a. C., según cuenta Herodoto, el faraón Psamético se interesó en conocer cuál sería el lenguaje que tendrían los niños al nacer. Con el fin de aclarar este enigma mandó aislar dos recién nacidos hasta que se pudieran oír sus primeras palabras. Los primeros sonidos articulados, según cuentan los escribas del faraón, fueron realizados en la lengua frigia, concluyendo ingenuamente que esta lengua debería ser la primera que se hablara en la Tierra. Parece ser que no relacionaron este hecho con el lenguaje del cuidador de los niños, pues era casualmente el frigio. No cabe duda que se rompió el compromiso de no hablarles hasta que estos comenzaran a hablar, siendo el causante de la alteración de la experiencia. No obstante, la idea permaneció como flotando en el aire de los tiempos, volviendo a interesar a otros monarcas, como fue el caso de el Emperador de Alemania Federico II, quien en el siglo XIII se interesó por el mismo asunto: ¿cual sería la lengua natural de los recién nacidos? Para ello ordenó lo mismo que el faraón, mandó que un grupo de niños abandonados en un hospicio fuera entregado a unos cuidadores que, aleccionados expresamente, nunca podrían hablarles, ni hacer ningún ruido y gesto expresivo o afectuoso. No se pudo conocer cual sería la lengua primordial, pues todos los niños del experimento murieron antes de pronunciar sus primeras palabras, a pesar de los cuidados especiales que debieron de recibir.
La Humanidad siempre ha otorgado mucha importancia al lenguaje que usan sus componentes, tanto sobre su origen como de su desarrollo y diversificación. Tal interés se observa en los numerosos estudios que se desarrollaron a partir del siglo XVIII, en el que se produjeron acalorados debates sobre estos asuntos. Su complejidad y la aparente imposibilidad de llegar a un consenso, obligó a tomar decisiones drásticas en algunos foros de discusión. Tenemos el ejemplo de la Société de Linguistique de París, que en 1866 llegó a suspender los debates y prohibir la realización de nuevas publicaciones. Poco caso hicieron los interesados en el tema, era como poner vallas al campo, pues se continuaron realizando numerosos trabajos sobre el mismo problema. Realmente, dado el carácter curioso de nuestra especie, es poco práctico y real impedir trabajar sobre temas que despiertan un gran interés en determinados medios científicos y sociales.
El lenguaje es tan importante para los seres humanos que sin él no hubieran podido producirse las numerosas culturas que han jalonado la Historia humana. Pero su importancia no radica sólo en la expresión sonora de lo que pensamos, sino que su función social (siempre se habla entre varios) y del desarrollo cognitivo (emocional y racional) son tan fundamentales como la de comunicación. No obstante, estas características cognitivas del lenguaje no siempre se han conocido ni tenido en cuenta en la explicación de los hechos humanos.
Durante el siglo XX es cuando la ciencia comienza a observar que, con la falta de unas condiciones sociales con un mínimo de cualidades específicas para su desarrollo, la aparición del lenguaje, su riqueza de expresión y la normalidad cognitiva de los niños, estaban muy limitadas. Aunque hasta ese momento no se tuvieran concepciones claras sobre la dependencia del desarrollo lingüístico y psicológico de los niños con las condiciones afectivas y culturales del ambiente en el cual se criaban, fue entonces cuando se comenzó a comprender la naturaleza de tal relación. En el caso de abandono en los antiguos centros de acogida de niños pequeños (donde la privación afectiva o de trato mínimamente adecuado para su desarrollo producía un síndrome llamado genéricamente como Hospitalismo), se propiciaba su retraso mental a pesar de no existir causa neurológica ni aparentemente psicológica que justificase tal disminución de sus capacidades cognitivas. Se observaba además un elevadísimo índice de mortandad entre la población acogida en tales centros. El ambiente en el que viven los niños pequeños tiene una vital importancia para el desarrollo de un lenguaje, de sus facultades mentales, de la estabilidad emocional y, por tanto, de su supervivencia (cultura y cognición).
Como puede apreciarse, existe una intensa e interesante relación entre el pensamiento (capacidades cognitivas), el lenguaje y la conducta humana. Sobre la importancia de esta relación podemos establecer dos formas teóricas de pensamiento.
1 – Una sería la existencia de un pensamiento sin lenguaje, donde sólo existieran representaciones sensoriales, tales como imágenes o recuerdos de los diversos sentidos. Es como si nos viéramos realizando la acción que queremos imaginar. Fácilmente nos damos cuenta de la dificultad que se nos presenta en el momento de idear la representación de hechos abstractos (datos técnicos, fechas, cifras, sentimientos acciones articuladas en tiempo y espacio, etc.). La acción mental transcurre lentamente y a veces no llega al fin deseado, siendo además su transmisión a otros muy difícil de realizar, al carecer de un sistema simbólico de comunicación. Sin duda puede existir un pensamiento sin lenguaje, pero limitado en su funcionalidad a los conocimientos adquiridos por la propia experiencia y por otros medios no lingüísticos. La realidad es que la ausencia de un lenguaje limitaría enormemente la transmisión de cualquier idea, siendo imposible en muchos casos. Además, este proceso puede realizarse con las características que cualquier ser humano posee gracias a que, con anterioridad (toda su infancia y juventud), su pensamiento se hizo abstracto en función de su aprendizaje (social, académico, tecnológico, etc.) fundamentalmente lingüístico (sonoro, visual y escrito).
2 - En la segunda consideraremos la existencia de un lenguaje relacionado con el pensamiento. El pensamiento utiliza el tipo de lenguaje que usamos normalmente, con las mismas directrices léxico/gramaticales, aunque con pequeñas variaciones que lo caracterizan como un lenguaje interno. Es como si habláramos con nosotros mismos, consiguiendo adquirir nuevas funciones psicológicas que antes eran externas. Efectivamente, el lenguaje interno es responsable de las funciones mentales superiores, pues transforma la percepción del sujeto, transforma su memoria, y permite la planificación y regulación de la acción, haciendo posible la actividad voluntaria. Nuestro pensamiento está ahora plenamente verbalizado, siendo más fácil pensar, relacionar y expresar todo tipo de situaciones y hechos, con mucha mayor rapidez y claridad. Aparece como una nueva función cognitiva emergente, que facilita el control y regulación de los propios procesos cognitivos, con lo que nuestras acciones, consecutivas a nuestro pensamiento, estarán mejor guiadas y estructuradas (Belinchón et al., 1992: 228-230; Luria, 1979, Mercier, 2001; Vygotsky, 1920: 192). Igualmente, la transmisión de pensamientos abstractos es muy fácil, al usar el simbolismo que el lenguaje nos permite.
Parece claro que, aunque los humanos pueden utilizar las dos formas de pensamiento; la usada normalmente es la segunda. Incluso las dos a la vez.
Relación entre lenguaje y conducta
La utilización del lenguaje por parte del pensamiento conlleva la limitación de las características del mismo, si éste es muy limitado en concepciones abstractas, el pensamiento tendría igualmente cierta limitación en el uso de tales conceptos abstractos no aprendidos. El lenguaje es el medio por el cual aprendemos todos los conceptos abstractos (conceptos sobre la individualidad, el tiempo, el espacio, la negación, religión, arte, etc.) que nuestra sociedad haya podido ir creando a lo largo de su desarrollo. El lenguaje es el medio por el cual el niño, de una manera rápida, guiada y ordenada, adquiere ese conjunto de abstracciones fundamentales en nuestro medio social. Igualmente, dotamos a nuestro pensamiento de una herramienta fundamental para poder desarrollar las capacidades cognitivas que nos caracterizan (lenguaje interno). El niño, al ir asimilando las abstracciones que aprende por medio del lenguaje que escucha de la sociedad en la que vive, dentro de su periodo crítico de maduración neurológica, organiza su sistema nervioso en función de las cualidades que tales abstracciones le ofrecen (Belinchón et al., 1992: 230; Vygotsky, 1920: 190-192).
Lo que pasa con los aspectos racionales tiene un proceso emocional que estaría íntimamente ligado de ellos. Cualquier proceso cognitivo tiene asociada una correlación emocional (Ardila y Ostrosky-Solís, 2008).
Estas ideas constituyen el fundamento fisiológico que justifica la necesidad de que los niños se críen en un ambiente mínimamente afectuoso, y con una comunicación lingüística (sonora o gesticular) aceptable. Si esta situación no se produce, no sólo no aprenden un lenguaje, o lo hacen de forma muy limitada, sino que no adquieren las abstracciones adecuadas para una correcta forma de pensamiento, conducta y afectividad humana. Tal es el caso de los llamados niños lobo, de la ya mencionada privación afectiva que se observa en el síndrome denominado como Hospitalismo, y de todos los niños que, por una causa u otra, se desarrollan alejados de una correcta interacción afectiva y lingüística.
Las propiedades de un lenguaje con características humanas ofrecen muchas posibilidades que van a mejorar la conducta humana. Las funciones del lenguaje además de la simple comunicación o intercambio de ideas posibilitan el clasificar la realidad en planos inaccesibles a la especie sin el uso de códigos apropiados; permite describir lo real y lo posible, hasta límites que no serían factibles con otros métodos de representación; y la comunicación consigo mismo, definiendo así un plano reflexivo y de autoconciencia. También ofrece la posibilidad de realizar procesos deductivos de gran alcance, que no son posibles a otras especies. Con ello se logra el desarrollo de una propiedad cognitiva propia del ser humano, como es la gran reflexividad que le caracteriza. Todas estas capacidades cognitivas pueden desarrollarse de una forma mucho más rápida y efectiva gracias a las cualidades que el lenguaje ofrece, siendo un claro ejemplo de lo que podemos denominar como desarrollo cognitivo (Belinchón et al. 1992: 127-229).
¿Cómo se relacionan estas ideas con la Prehistoria?
La relación es fácil de indicar. Si el niño principalmente aprende los conceptos abstractos y el simbolismo de la sociedad en la que vive por medio del lenguaje, es imprescindible que éste exista. Pero su existencia ni es innata ni ha estado siempre presente, lo único innato es la capacidad humana para su creación, pero no su propia realización. El lenguaje hubo que crearlo, mantenerlo y desarrollarlo. Pero no sólo en su aspecto sonoro o gestual (aparato fonador, gestos, etc.), sino en los aspectos psicobiológicos y evolutivos que facilitaban la capacidad de producirlo, junto con los aspectos socioeconómicos, demográficos y ambientales que posibilitaron su creación y desarrollo.
El Paleolítico fue el periodo en el que se formó evolutivamente el ser humano moderno (con sus capacidades cognitivas) y se crearon las condiciones medioambientales necesarias para su desarrollo. En este sentido, los útiles y conductas que vemos en los yacimientos arqueológicos son la manifestación externa del desarrollo cognitivo que alcanzaron sus creadores. Para la Arqueología cognitiva la evolución tecnológica (lítica y ósea) es sólo una manifestación de la conducta humana, pero no siempre es la más importante (aunque si la más abundante). Si lo más característico de la conducta humana moderna es el simbolismo que conlleva, los indicios (conductas, adornos, objetos, grabados, pinturas, etc.) de esta cualidad humana sería los que nos pueden ofrecer mayor información sobre lo más trascendente de la evolución cognitiva y conductual de los seres humanos: la conducta simbólica.
Pero, para estudiar el simbolismo hay que tener unos medios teóricos adecuados, lo que la Arqueología cognitiva está tratando de plantear en la actualidad.
* Ardila, A.; Ostrosky-Solís, F. (2008): Desarrollo Histórico de las Funciones Ejecutivas. Revista Neuropsicología, Neuropsiquiatría y Neurociencias, Vol.8, No.1, pp. 1-21.
* Belinchón, M.; Igoa, J. M. y Riviere, A. (1992): Psicología del lenguaje. Investigación y teoría. Trotta. Madrid.
* Luria, A. R. (1979): Conciencia y lenguaje. Pablo del Río. Madrid.
* Mercier, N. (2001): Palabras y mentes. Paidós. Barcelona.
* Vygotsky, L. S. (1920): El desarrollo de los procesos psicológicos superiores. Crítica. 1979. Barcelona.
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