Aunque los datos neurológicos son conceptuados como una importante realidad científica, son los estudios psicológicos los que más relacionan al cerebro con la conducta humana. Sin embargo, la conexión de estas informaciones (neurológicas y psicológicas) aún están en un periodo de desarrollo muy incipiente. No obstante, y de forma general, si podemos establecer dicha conexión en el presente y, como parece lógico, en el pasado, salvando las diferencias que puedan existir entre los diferentes homínidos de nuestro género.
En este sentido, las áreas de asociación terciaria del lóbulo prefrontal (LPF) se han relacionado con importantes capacidades cognitivas muy relacionadas con la conducta humana. Serían las funciones ejecutivas (FE) o conjunto de habilidades cognitivas de superior organización e integración que, partiendo de ciertas capacidades cognitivas elementales, permite la maximización de la eficacia conductual en un momento determinado, es decir, de transformar el pensamiento en acción y de efectuar su control (Allegri y Harris, 2001; Barkley, 2001; Coolidge y Wynn, 2001; Estévez-González, et al., 2000; Fuster, 2002; Jódar Vicente, 2004; Kane y Engle, 2002; León-Carrión y Barroso, 1997). Las capacidades cognitivas elementales sobre las que se basa son las siguientes (Rabbit, 1997; Roberts et al., 1998; Stuss y Knight, 2002):
Planificación. Organización de la acción para lograr una meta elegida. Establece un plan estratégicamente organizado de secuencias de acción (motoras o cognitivas).
Flexibilidad. Capacidad de elección entre distintas formas de actuación, cuando es necesario cambiar la acción ante cambios de situación o de tarea.
Memoria de trabajo u operativa. Permite mantener activada una cantidad limitada de información, la cual es necesaria para el buen desarrollo de la acción en ese momento.
Monitorización. Realiza la supervisión necesaria para la ejecución adecuada y eficaz de los procedimientos en curso.
Inhibición. Produce la interrupción de una determinada respuesta que generalmente ha sido automatizada.
Flexibilidad. Capacidad de elección entre distintas formas de actuación, cuando es necesario cambiar la acción ante cambios de situación o de tarea.
Memoria de trabajo u operativa. Permite mantener activada una cantidad limitada de información, la cual es necesaria para el buen desarrollo de la acción en ese momento.
Monitorización. Realiza la supervisión necesaria para la ejecución adecuada y eficaz de los procedimientos en curso.
Inhibición. Produce la interrupción de una determinada respuesta que generalmente ha sido automatizada.
La acción conjunta de todas ellas, más el resto de las capacidades cognitivas humanas, van a hacer posible la conducta humana moderna, caracterizada por una importante rapidez o flexibilidad en la adquisición y mejora de nuevas conductas, basándose en el dinamismo de las actividades de exploración y creatividad (iniciativa motora, curiosidad e imaginación). Igualmente, posibilita la capacidad de abstracción y simbolismo, elementos básicos para el desarrollo de un lenguaje simbólico, facilitando el control de la función motora del lenguaje voluntario (área de Broca).
También desarrolla y mantiene el comportamiento social y sexual, gracias al equilibrio emocional (relación LPF y sistema Límbico o cerebro emocional), autocrítica y control de la personalidad.
Por tanto, el LPF es donde se asienta la base neurológica del sistema ejecutivo o centro de integración de la actividad mental superior que controla y desarrolla conductas propias del ser humano, por medio de las funciones ejecutivas y de las demás capacidades cognitivas y emocionales que alberga. Así, su disminución funcional (lesión, cirugía, etc.) tendría un efecto directo y, hasta cierto límite, proporcional a la alteración de la conducta observada.
Teniendo en cuenta toda esta información psicobiológica es fácil admitir la gran importancia que debieron de tener las capacidades cognitivas relacionadas con el LPF con el desarrollo cultural (tecnológico, simbólico y social) de las poblaciones humanas. Así mismo, su diferente grado de capacidad funcional y su consecuente mayor o menor posibilidad de desarrollo, pueden estar muy relacionados con las diferencias conductuales que observamos en los yacimientos.
Algunos autores (Wynn y Coolidge, 2004) opinan que un factor fundamental, para explicar las diferencias cognitivas entre los neandertales y los humanos modernos, sería la potencialización de una memoria a corto plazo o memoria de trabajo realzada. Esta capacidad cognitiva, junto con la atención que activa selectivamente la información necesaria para facilitar la acción del momento (Kane y Engle, 2002), sería la que facilitaría un pensamiento innovador y experimental a nuestro linaje. No cabe duda que la memoria de trabajo constituye un elemento cognitivo esencial en nuestro comportamiento, pero con este particular análisis y el olvido de las demás capacidades cognitivas, el nivel de certeza aceptable puede caer fácilmente en la simple hipótesis, probablemente cierta, pero imposible de comprobar y documentar.
Para comprender nuestra conducta, además de tener una memoria de trabajo realzada, es necesario tener bien desarrolladas las capacidades cognitivas primarias y la aparición de las capacidades cognitivas emergentes. En la actualidad sólo podemos valorar la aparición y desarrollo de conductas observables en el registro arqueológico, que son consecuencias de la acción conjunta de varias capacidades cognitivas (primarias y emergentes) relacionadas con el LPF.
* ALLEGRI, R. F. y HARRIS, P. (2001): La corteza prefrontal en los mecanismos atencionales y la memoria. Rev. Neurol. 32 (5): 449-453.
* BARKLEY, R. A. (2001): The executive functions and self-regulation: an evolutionary neuropsychological perspective. Neoropsychol. Rev. 11: 1-29.
* COOLIDGE, F. L. y WYNN, T. (2001): Executive functions of the frontal lobes and the evolutionary ascendancy of Homo sapiens. Cambridge Archaeol. Journal 11: 255-260.
* ESTÉVEZ GONZÁLEZ, A.; GARCÍA SÁNCHEZ, C. y BARRAQUER BORDAS, LL. (2000): Los lóbulos frontales: el cerebro ejecutivo Rev. Neurol. 31 (6): 566.
* FUSTER, J. M. (2002): Frontal lobe and cognitive development. Journal Neurocytol. 31(3-5).
* JÓDAR, VICENTE, M. (2004): Funciones cognitivas del lóbulo frontal. Rev. Neurol. 39 (2): 178.
* KANE, M. J. y ENGLE R. W. (2002): The role of prefrontal cortex in working-memory capacity, executive attention, and general fluid intelligence: an individual-differences perspective. Psychonomic Bulletin and Review 9, 637-671.
* LEÓN-CARRIÓN, J. Y BARROSO, J. M. (1997): Neuropsicología del pensamiento: Control ejecutivo y lóbulo frontal. Kronos. Sevilla.
* RABBIT, P. (1997): Methodology of frontal and executive function. U.K. Psychology Press.
* ROBERTS, A. C.; ROBBINS, T. W. y WEISKRANTZ, L. (1998): The prefrontal cortex. Executive and cognitive functions. Oxford: Oxford University Press. * STUSS, D. T. y KNIGHT, R. T. (2002): Principles of frontal function. Oxford. Oxford University Press.
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