Existe el problema de cómo pudo mantenerse el desarrollo evolutivo de un órgano con un gasto energético tal alto como es el cerebro. Sabemos que nuestro cerebro consume una gran cantidad de energía, llegando a utilizar más del 20% de los recursos energéticos del organismo, a pesar de representar sólo un 2% del peso corporal en el adulto. Sin embargo, hay que reconocer que el aumento de volumen del sistema nervioso central puede ser útil, sobre todo si se realiza en las áreas de asociación, donde se producen los procesos cognitivos superiores. Con ello se mejora la capacidad de procesamiento de los datos que pueda recibir, pudiendo establecer pautas de comportamiento más elaboradas en función de su experiencia, ayudándole a enfrentarse mejor a las necesidades selectivas del medio ambiente. Es decir, pueden iniciar el desarrollo cultural que con posterioridad será fundamental para el desarrollo de las capacidades emergentes. En las sociedades humanas, desde sus primeros estadios evolutivos (Homo habilis), la información técnica y social creada y transmitida facilitó el origen del comportamiento humano (Domínguez-Rodrigo, 1994), otorgando a sus componentes un nivel de adaptabilidad muy alto, permitiéndoles compensar el gran gasto energético que suponía un cerebro tan grande.
La "familia" de la Sima de los Huesos (M.Antón)
La cohesión social, el uso de útiles líticos y el incremento en complejidad de las nuevas formas de vida, permitió alterar los patrones de selección natural al género Homo. Esta alteración de selección natural favoreció el crecimiento de sus poblaciones, su expansión a gran parte del mundo antiguo y la paulatina creación del bagaje cultural necesario para la creación, cuando esto fuese posible, de un mundo simbólico.
La conducta social y cultural humana es capaz de alterar la acción de la selección natural, al ofrecer a las poblaciones creadoras de la misma factores de adaptación más potentes y resolutivos, limitando la acción de la selección natural en algunos aspectos. Así, pueden permanecer cambios anatómicos que no siempre parecen ser los más adecuados teóricamente, pero que pueden ser solventados gracias al desarrollo de la conducta social y a las nuevas formas culturales. En este sentido, es posible entrever la acción de la conducta humana (social y cultural) sobre la selección natural, pues cambia las características ambientales sobre la que ésta va a actuar, favoreciendo selectivamente los cambios (neuronales y cognitivos) que puedan mantener o desarrollar las formas culturales del grupo donde vivan (Bufill y Carbonell, 2004).
Así, el ser humano, de cualquiera de las especies de nuestro género, individualmente tenía muy pocas posibilidades de sobrevivir en el medio ambiente de su tiempo, mientras que viviendo en sociedad las posibilidades de ampliar los límites de adaptabilidad, que la selección natural impone a todo ser vivo, fueron adquiriendo mayores proporciones, culminando con el desarrollo cultural y social de la conducta simbólica. Vivir en grupos, siempre con una estructura determinada, debió ser básico (Elías, 1990), fuera de la sociedad difícilmente se podría sobrevivir. El ser humano fue desde su inicial configuración evolutiva y cultural un ser social, y de la sociedad salió toda su rica cultura simbólica.
* Bufill, E. y Carbonel, E. (2004): Conducta simbólica y neuroplasticidad: ¿un ejemplo de coevolución gen-cultura?. Revista de neurología 39 (1): 48-55.
* Domínguez-Rodrigo, M. (1994): El origen del comportamiento humano. Librería Tipo. Madrid.
* Elias, N. (1990): La sociedad de los individuos. Península/Ideas. Barcelona.* Domínguez-Rodrigo, M. (1994): El origen del comportamiento humano. Librería Tipo. Madrid.
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