viernes, 7 de septiembre de 2012

Evolución biológica y conducta arqueológica

Recientemente se ha publicado en tres revistas científicas (Nature, Genome Research y Genome Biology) 30 artículos científicos sobre los resultados del proyecto ENCODE (Enciclopedia de los Elementos del ADN). Lo más destacado de todos ellos es que, en contra de lo admitido hasta hoy, el ADN calificado como basura es esencial para el funcionamiento de los genes humanos. Este ADN es un gran medio de control sobre la actividad de los genes funcionales hasta ahora reconocidos. Nuestro genoma sólo funciona gracias a las propiedades de control del ADN calificado como basura. Se ha comprobado que una gran parte del genoma está implicada en controlar cuándo y dónde se producen las proteínas, más allá de simplemente fabricarlas. De hecho, según las conclusiones de ENCODE, alrededor del 80% del genoma humano contiene elementos relacionados con algún tipo de función bioquímica, hasta un total de 120 funciones diferentes. No cabe dudad de que la forma de realización de la evolución está muy relacionada con la conducta humana.

Sin embargo, pronto aparece la siguiente pregunta: ¿Qué relación tiene este descubrimiento con las formas de evolución y la conducta humana? Si seguimos actuando con la independencia doctrinal que ha caracterizado la gran mayoría de los estudios arqueológicos, puede que poca y mal comprendida. En cambio, si actuamos con las formas interdisciplinarias, su repercusión adquiere caracteres de gran importancia y de gran poder explicativo para la conducta humana en todos sus periodos.

Sabemos que cualquier capacidad cognitiva es el resultado evolutivo del sistema nervioso que, tras superar los problemas de la selección natural, permiten a sus poseedores desarrollar las conductas que implica su presencia. En definitiva se trata de la aceptación evolutiva de los cambios psicobiológicos necesarios para su realización. Siempre se ha conocido que el proceso evolutivo dispone de diversas formas generales de producción del cambio anatómico. En general, y asumiendo que la existencia de una no excluye la presencia de la otra debido a la evolución en mosaico, se pueden ofrecer dos formas de cambio morfológico. 

I.- La primera está representada por la teoría sintética, que se distingue por formas de evolución (lenguaje y conducta humana) de forma paralela y lenta, estando siempre dirigida durante su desarrollo por la acción de la selección natural, es decir, con una consecuente mejora de la adaptabilidad al medio que hace que perdure y mantenga genéticamente. La adquisición de las capacidades cognitivas que posibilitan la autoconciencia tendrían un carácter de innatismo que, en mayor o menor medida, siempre se producirían. Es la base evolutiva utilizada por la Psicología evolutiva (Cosmides y Tooby, 1992).

II.- La segunda estaría basada en los conceptos que la Biología ha desarrollado en estos últimos años, y que engloba al modelo paleontológico de los equilibrios puntuados (Gould y Lewontin, 1984), donde se explica la producción evolutiva con otros parámetros, entre los que destaca la realización de algunos cambios anatómicos relativamente rápidos, y su posterior sometimiento a los controles de la selección natural. Constituye un modelo epigenético basado en los fundamentos de la Genética y Biología del Desarrollo. Actualmente, se está conociendo que la acción de los genes no es similar en todos ellos. Así, se distingue entre los genes estructurales y los reguladores (genes controladores de la actividad de los genes estructurales en tiempo y tasa de actuación) del proceso embriológico. La mutación de estos últimos va a dar lugar a las heterocronías, produciendo alteraciones ontogénicas o embriológicas, con cambios relativamente rápidos y de gran trascendencia evolutiva (Gould y Lewontin, 1984; Bogin, 1999; Churchill, 1998). Junto a la acción de los genes reguladores, la embriología u ontogénesis presenta un valor evolutivo que es necesario evaluar, pues durante la fase de formación embrionaria se producen cambios morfológicos en cascada durante el curso de su desarrollo. Todo cambio morfológico producido por la mutación de uno o varios genes reguladores, en un determinado momento de la ontogenia fetal, va a repercutir en las siguientes fases de la embriogénesis, sin que sean precisas nuevas alteraciones genéticas. Cuando conocemos la producción de un cambio evolutivo, lo que se ha manifestado es un cambio en la ontogenia o embriogénesis de ese ser (Rivera, 2005, 2009; Sinha, 1996). Hay que considerar a la embriogénesis como un proceso dinámico por medio del cual se produce la formación de los nuevos seres vivos, estando sometida a las leyes biológicas que regulan su desarrollo. No es de extrañar el avance de la Biología evolutiva del desarrollo (Evo-Devo. Evolution-Development), la cual camina en la actualidad por estos derroteros (Sean, 2005). En este contexto evolutivo, el origen de los procesos cognitivos humanos (autoconciencia, lenguaje, etc.) serían la consecuencia de una exaptación evolutiva, manifestándose como una capacidad cognitiva emergenteque aparece después de realizados los cambios neurológicos que lo posibilitan, pero que no fueron creados evolutivamente para tal fin (Gould y Lewontin, 1984; Schlaug et al. 1994). La manifestación y desarrollo de las capacidades cognitivas dependerían en gran medida de las características medioambientales, siendo la base evolutiva elegida por la Psicología cognitiva (procesamiento de la información).

Naturalmente, ambas formas de cambio, dentro del mosaico evolutivo característico de nuestro linaje, pueden darse a la vez, alternativamente y en áreas corporales diferentes. Incluso tales formas están incluidas en los dos modelos evolutivos, pero la importancia evolutiva cambia radicalmente en cada uno de ellos. En el primero es la selección natural la que dirige los cambios morfológicos, admitiendo de forma más ocasional que frecuente los procesos de exaptación. Mientras que el segundo da más valor a los procesos heterocrónicos, embriológicos y epigenéticos dentro de una amplia utilización exaptativa. Estas características dificultan mucho su estudio, obligando a mantener los dos procesos de cambio como posibles, pero dentro del concepto de evolución mosaico.

El hallazgo recientemente publicado refuerza la gran actuación del ADN (genes o cadenas no bien definidas) como regulador de la manifestación de los genes estructurales. La conducta adquiere patrones que se acoplan mejor con los caracteres evolutivos de exaptación y psicológicos de emergenciacognitiva. La adaptación de estos conceptos a la Arqueología ha sido llevada por medio del Estructuralismo funcional (Arqueología cognitiva: orientación psicobiológica), con importantes aplicaciones a problemasarqueológicos.
Un resumen de la complejidad evolutiva la podemos ver en el siguiente esquema.


* Bogin, B. (1999), “Evolutionary Perspective on Human Growth”. Annu. Rev. Anthropol, 28: 109-53.
* Churchill, S. E. (1998), “Could Adaptation, Heterochrony, and Neanderthals”. Evolutionary Anthropology, 7:45-60.
* Cosmides, L. y Tooby, J. (1992), "Cognitive adaptations for social exchange". En Barkow, J., Cosmides, L. & Tooby, J., (eds) (1992), The adapted mind: Evolutionary psychology and the generation of culture. New York: Oxford University Press.
* Gould, S. J. y Lewontin, R. C. (1984), “The spandrels of San Marco and the Panglossian paradigm: A critique of the adaptationist programme”, pp. 252-270. En E. Sober (ed.), Conceptual Issues in Evolutionary Biology: An Anthology. Bradford Book. Cambridge (Mass.).
* Rivera, A. (2005), Arqueología cognitiva. El origen del simbolismo humano. Madrid. Arcos/Libros
* Rivera, A. (2009), Arqueología del lenguaje. La conducta simbólica en el Paleolítico. Akal. Madrid.
* Sean, B. C. (2005), Endless Forms Most Beautiful: The New Science of Evo Devo and the Making of the Animal Kingdom, W. W. Norton and Company.
* Schlaug G.; Knorr, U. y Seitz R. J. (1994), Inter-subject variability of cerebral activations in acquiring a motor skill. A study with positron emission tomography. Experimental Brain Research 98: 523-534.
* Sinha, Ch. G. (1996), “The role of ontogenesis in human evolution and development”. En Andrew, L. y Charles R. P. (ed.): Handbook of Human Symbolic Evolution. Oxford, Clarendon Press.

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