viernes, 4 de septiembre de 2009

Capacidades cognitivas emergentes

El desarrollo cognitivo (fundamentado sobre los avances culturales, sociales y simbólicos de épocas anteriores) que caracteriza a nuestra especie, parece que tiene el carácter de emergencia cognitiva, es decir, aparece con unas características psicobiológicas que no se pueden prever de la conducta observada en el Paleolítico Medio. Al final de este periodo se produce una situación social, demográfica, tecnológica, medioambiental y cognitiva especial que, en conjunto, no se había presentado nunca con anterioridad durante el largo camino evolutivo de nuestro género. Todos estos factores van a producir situaciones nuevas, que requieren soluciones diferentes a las que tradicionalmente se utilizaban en ese preciso momento. El concepto de emergencia, y más aún el de carácter cognitivo, es un concepto que tiene muy poco tiempo de desarrollo científico. Sobre el primero (emergencia) John R. Searle, en su libro “El misterio de la conciencia” ofrece una definición muy precisa (2000: 30):  

"Una propiedad emergente de un sistema es una propiedad que se puede explicar causalmente por la conducta de los elementos del sistema; pero no es una propiedad de ninguno de los elementos individuales, y no puede explicar simplemente como un agregado de las propiedades de estos elementos. La liquidez del agua es un buen ejemplo: la conducta de las moléculas de H2O explica la liquidez, pero las moléculas individuales no son líquidas".   

Este concepto es consustancial con la naturaleza (tanto inorgánica como biológica), pues de la unión de cualquier elemento químico resulta otro con diferentes propiedades fisicoquímicas, así de la unión de ciertas capacidades cognitivas aparecen (emergen) otras capacidades con nuevas propiedades cognitivas. La autoconciencia o conciencia reflexiva puede ser un claro ejemplo de tal proceso y, sin duda, uno de los aspectos menos conocidos (tanto en sus facetas psicobiológicas, como en su forma de aparición histórica) y que más trascendencia ha tenido para nuestra cultura.  

Autoconciencia reflexiva

En este sentido, parece importante analizar el concepto, que sobre nuestra propia existencia tenemos, por medio de una pregunta clave: ¿Es la autoconciencia una facultad heredada que siempre se manifiesta en nuestra especie; o corresponde a una capacidad evolutivamente adquirida, que se desarrolla gracias a la influencia del ambiente social y cultural en el que nacemos y vivimos sobre nuestras capacidades cognitivas heredadas? La conciencia reflexiva es una propiedad emergente de la conducta (Ávarez Munárriz, 2005: 25-31; Mora: 2001: 142), resultante de la unificación funcional de otras capacidades cognitivas (mecanismos de atención seriados, memoria a corto plazo, emotividad, etc.) que, por sí solas, no explican tal propiedad, pero la suma funcional de ellas daría lugar a las propiedades de autoconciencia humana (Edelman y Tononi, 2000; Mora, 2001: 147).  

El desarrollo de la conciencia reflexiva se producirá cuando las capacidades cognitivas lo permitan, y las características del medio ambiente sean las adecuadas. Si en la actualidad tales condiciones parecen obvias, en la prehistoria adquieren un protagonismo esencial. Las primeras van apareciendo con la evolución física, mientras que las segundas hay que crearlas, teniendo un desarrollo propio y diferente a la evolución neurológica. Con el desarrollo de esta capacidad cognitiva surge el concepto de individualidad (social y, sobre todo, personal), que siempre se desarrolla en un medio social, por lo que dependería de las características de éste. Con este nuevo concepto iniciamos el reconocimiento e interiorización de la idea abstracta del yo / nosotros en relación con el concepto de tú / otros. La identificación, tanto individual como colectiva, de esta propiedad se basa en la noción de diferencia existente entre los individuos y grupos (Jenkins, 1996: 4), que se traduce en la existencia universal de una palabra determinada para referirse a uno mismo (yo), como así lo expone el sociólogo alemán Norbert Elías (1990: 123). Para su producción se necesita una interacción social, tanto intra como intergrupal, de una forma importante y continuada, que genere continuamente problemas de relación entre los individuos del mismo grupo, y de estos con otros grupos. Igualmente, es necesario el inicio de las diferencias sociales (tecnológicas, políticas, religiosas, etc.) dentro del mismo grupo, desarrollando diferentes actividades con características funciones, simbolización y actividad. Esta relación deberá hacer hincapié en la diferenciación conceptual de esta confrontación, hasta llegar a desarrollar una clara conceptualización de las ideas simbólicas del yo y los otros, es decir, de la individualidad social y personal. Su producción sería de tipo generacional, pues es preciso el recurso de muchas generaciones para desarrollar plenamente dichos conceptos.   

El proceso implicaría la paulatina creación de cambios conductuales que resalten la diferencia entre unos y otros, por parte de algunos elementos sociales con mayor capacidad para desarrollar tales conceptos, siendo rápidamente adquiridos por los elementos más jóvenes del grupo, que los asumirán como suyos propios (Hernando, 2002). Los primeros avances, que la capacidad cognitiva humana debió desarrollar para crear un mundo simbólico como el actual, serían el inicio de la propia identificación social del grupo en contrapunto con la identificación de las demás poblaciones, es decir, a la creación del concepto de la individualidad social. Con posterioridad a su desarrollo, se iniciarían los criterios de individualidad personal o diferencias particulares que surgen entre los elementos de un mismo grupo humano (germen de la propia autoconciencia individual, tal y como la entendemos en la actualidad). En su paulatino aumento de complejidad, darían lugar a diferentes manifestaciones de tipo social, tecnológico, político y religioso dentro del propio grupo (Elías, 1990; Hernando, 2002: 49-63).   

La conciencia humana está fundamentada en la llamada teoría de la mente, es decir, en la posesión de cierto conocimiento sobre la existencia de una vida mental semejante a la nuestra en los otros componentes de la sociedad. En el género Homo parece que siempre ha existido, con mayor o menor desarrollo, esta propiedad cognitiva tan ligada al concepto de individualidad personal y/o social. Al ser un proceso en el que intervienen varios sujetos, parece lógico pensar que su desarrollo estaría condicionado a las características de relación social. El concepto de la individualidad personal y social surgiría de la apreciación de diferencias que puedan existir entre los miembros de un mismo grupo, o entre poblaciones diferentes. (Rivera, 2004, 2005, 2008). Por supuesto, es condición inexcusable que existan las diferencias necesarias para que se puedan establecer tales distinciones. Éstas, más que apreciaciones biológicas con su importancia entre poblaciones o especies diferentes, serían mayoritariamente culturales (tecnológicas, sociales, conductuales, etc.), las cuales hay que crearlas, pues no han existido siempre. Es preciso un cierto desarrollo socioeconómico que origine ciertas diferencias, para que la individualidad pueda desarrollarse. Con el progreso socioeconómico aparecen las necesidades sociales de recalcar tales diferencias, es decir, de crear los adornos. Hasta que estas condiciones no se presenten, es difícil creer en un simbolismo básico, lo que parece corroborar los datos obtenidos por el registro arqueológico.  

El espacio se objetiva con la referencia a objetos fácilmente observables, inmóviles y permanentes del territorio donde se efectúe la acción. La idea del espacio se estructura con ciertas características físicas o geográficas del territorio donde se realiza la propia vida (montañas, ríos, árboles, etc.), y donde se adquieren los elementos básicos de su subsistencia (caza, recolección, materias primas, relaciones sociales, etc.). El tiempo se realiza con la referencia de sucesos móviles de carácter no humano, pero con un tipo de movimiento recurrente. El concepto del tiempo nace del orden de sucesión de los hechos que tienen lugar en el espacio ya mencionado (día y noche, estaciones, fases de la luna, etc.) (Hernando, 2002).   

Su producción en el Paleolítico La producción de adornos entre los HAM, refleja un importante desarrollo del concepto de individualidad social y personal. Las amplias relaciones sociales mantenidas a muchos kilómetros de distancia y la similitud cultural que se observa en grandes zonas habitables de Europa, indican un notable desarrollo de los conceptos espaciales, así como el inicio de una conducta relacionada con el conocimiento de la acción en el tiempo (caza estacional, migraciones, hábitats estaciónales, conservación de alimentos y reserva de materias primas, etc.), que serán constantes desde el Auriñaciense. Estos datos indican la existencia de una gran reflexividad de su pensamiento y conducta, que se acompaña de una gran capacidad para la producción de rápidos cambios conductuales encaminados a solucionar problemas adaptativos (flexibilidad conductual) (Rivera, 2005, 2006, 2009). 

Entre los neandertales existe cierto desarrollo en la adquisición de las abstracciones relativas a la individualidad y su ubicación en el tiempo y espacio. La individualidad queda plasmada en los adornos encontrados en algunos yacimientos del Chatelperroniense, pues indica su desarrollo de un individualismo social y/o personal con simbolismo, al menos en las zonas más pobladas o con posibles relaciones con los HAM. El desplazamiento o utilización de los conceptos del tiempo y del espacio con mayor profundidad que el aquí y ahora, están también desarrollados, aunque en menor medida que el apreciado entre los HAM, si tenemos en cuenta las características de su expansión geográfica, limitación de sus relaciones sociales y la importación de materias primas lejanas (Gamble, 2001).  

Para la producción de este desarrollo social y simbólico es imprescindible la existencia de un lenguaje con carácter simbólico. Su uso favorece la ampliación de las redes sociales, el incremento de la cooperación, la complejidad de las estrategias de caza y, en conjunto, de todo aspecto cultural de base simbólica (Mellars, 2005; Rivera, 1998, 2003-4; 2004, 2005, 2006, 2009). Parece clara la diferencia de estas capacidades entre las dos poblaciones, aunque diversos autores (D´Errico et al., 1998; D´Errico et al., 2003) atribuyen un alto simbolismo al Neandertal, tanto en el Paleolítico Medio como en el Superior. Durante el Musteriense se basan en la interpretación de ciertos hechos que pueden tener tal significado (enterramientos, uso de colorantes como el ocre, ciertos adornos musterienses, etc.), pero con un simbolismo poco claro. Su producción, dado el importante nivel que dicen que presentaron, implicaría la existencia de un alto desarrollo de las capacidades cognitivas (funciones ejecutivas, creatividad, motivación y desarrollo de las capacidades cognitivas emergentes), del aumento demográfico y su consecuente complejidad social, y de su evolución económica, requisitos que no se cumple, al monos, en el aspecto socioeconómico, pues en el Musteriense se mantiene en un éxtasis cultural ya comentado (Mellars, 1999, 2005). Es difícil pensar en un importante desarrollo parcial (simbolismo), cuando las características básicas de la adaptabilidad y supervivencia se fundamentan más en el desarrollo de los otros dos aspectos (tecnológico y social). Este hecho estaría más de acuerdo con unas manifestaciones cognitivas globales con parecidas limitaciones en el desarrollo de las tres manifestaciones (tecnología, sociabilidad y simbolismo). El inicio de la individualidad (en el sentido moderno o el que actualmente conocemos) y de las conductas relacionadas con los conceptos temporales y espaciales, dependen de la acción conjunta de las capacidades cognitivas primarias (motivación, creatividad, funciones ejecutivas, etc.), así como del acervo cultural existente, siendo dentro de esta concepción como deben entenderse. 

El simbolismo no es una conducta que aparece súbitamente, ni se produce en todos los lugares por la simple adquisición de las capacidades cognitivas que puedan crearlo. Como ya vimos, en el resultado de la acción conjunta de varios procesos (cognitivos, sociales y tecnológicos), los cuales pueden darse en diferentes situaciones y áreas geográficas, perdurando luego o no. Sería el caso de los HAM en Africa (MSA) con cierto simbolismo y la ausencia del mismo entre las poblaciones modernas del Próximo Oriente. Con los neandertales pasaría lo mismo, aunque con distinto ritmo y desarrollo, según se aprecia en el registro arqueológico del Musteriense europeo y el MSA africano.   

Por tanto, si se acepta que el desarrollo tecnológico de los neandertales fue creación suya en exclusiva, ¿porqué fueron tan limitados en la conducta social y simbólica? Hay que pensar en una motivación diferenciada geográficamente, en una menor respuesta creativa, y posiblemente por ciertas limitaciones en sus capacidades cognitivas emergentes. Lo que no quiere decir que, en ciertas condiciones ambientales, si pudieron desarrollar conductas con estas características modernas.


* Álvarez Munárriz, L. (2005): La conciencia humana. En: La conciencia humana: perspectiva cultural. Coord. Por Luis Álvarez Munárriz, Enrique Couceiro Domínguez. Anthropos. Barcelona.
* D'Errico, F.; Zilhao, J.; Julien, M.; Bafier, D.; Pelegrin, J. (1998): Neanderthal acculturation in western Europe? A critical review of the evidence and its interpretation. Current Anthropology. Chicago. 39 (supl.), p. 1-44.

* D´Errico, F.; Henshilwood, CH.; Lawson G.; Vanhaeren, M.; Tillier, A. M.; Suressi, M.; Bresson, F.; Maureille, B.; Nowell, A.; Lakarra, J.; Backwell, L.; Julien. M. (2003): Archaeological Evidence for the Emergence of Language, Symbolism, and Music–An Alternative Multidisciplinary Perspective. Journal of World Prehistory. New York. 17: 1, p. 1-70. * Edelman, G. M., y Tononi, G. (2000): Un Universe of Consciousness. Basic Books, New York.
* Elias, N. (1990): La sociedad de los individuos. Ensayos. Península / Ideas. Barcelona.
* Gamble, C. (2001); Las sociedades paleolíticas de Europa. Ariel Prehistoria. Barcelona.
* Hernando, A. (2002): Arqueología de la identidad. Akal. Móstoles (Madrid).
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* Rivera, A. (1998): Arqueología del lenguaje en el proceso evolutivo del Género Homo. Espacio, Tiempo y Forma. Serie I, Prehistoria y Arqueología 11. UNED. Madrid.
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* Rivera, A. (2004): Arqueología cognitiva. Una orientación psicobiológica.
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* Rivera, A. (2005): Arqueología cognitiva. El origen del simbolismo humano. Arco/Libros. Madrid.
* Rivera, A. (2006): Conducta y lenguaje en la Prehistoria.
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* Rivera,, A. (2009): Arqueología del lenguaje. La conducta simbólica en el Paleolítico. Akal. Madrid.
* Searle, J. R. (2000): El misterio de la conciencia. Paidos. Barcelona.

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