Es tradicional, dentro de los estudios de paleontología, intentar realizar una estructura evolutiva de los diferentes homínidos del género Homo, que nos pueda servir de base para ir analizando los avances de sus características culturales. El problema se presenta cuando encontramos que existen diferentes árboles evolutivos con características muy diferentes. Sus estructuras dependen, en gran medida, de la tradicional falta de datos y de la propia opinión de sus respectivos autores. Naturalmente, la existencia de diferentes homínidos dentro de un mismo período, y la dificultad teórica de establecer una relación evolutiva entre ellos, dificulta enormemente la estructuración de tal línea evolutiva. Sin embargo, existe otro problema de mayor envergadura, aunque pocas veces se tiene en cuenta dentro de la arqueología. Consiste en el propio concepto biológico de especie y su difícil, por no decir imposible, identificación en los periodos que corresponden a estos fósiles. Según el Profesor Emiliano Aguirre, primer director del proyecto de Atapuerca, las definiciones de especies o taxonómicas no dejan de ser conceptos abstractos, que corresponden a un proceso clasificatorio existente en la estructura académica vigente, siendo usadas para una mejor exposición doctrinal de la realidad viviente y fósil. Así, lo expresa en su reciente discurso en el acto de recepción a la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (2000: 35):
Un taxón no es el ser viviente que pretendemos conocer – y que representa realmente nuestro fósil-: los taxones son entidades abstractas, producto de una operación racional, término de un lenguaje técnico.
La definición de especie más aceptada corresponde a un concepto biológico que especifica su contenido, como es la capacidad de reproducción o descendencia fértil entre elementos observables de similar anatomía (Ayala, 1980: 96). En el registro fósil es imposible poder conocer esta característica biológica, por lo que deben de establecerse criterios puramente morfológicos, considerando miembros de especies diferentes aquellos organismos de distintas épocas (aunque existe la posibilidad de convivencia temporal más o menos limitada) que difieren anatómicamente entre sí, al menos tanto como se diferencian los organismos actuales clasificados como especies distintas (Simpson, 1945: 16). Pero existe la imposibilidad de comprobar la hibridación biológica de esos grupos en estudio durante el periodo de convivencia pasado, mientras que la diferenciación anatómica estaría marcada en función del azar de los descubrimientos en el tiempo y el espacio, del número de muestras a estudiar, del estado de las mismos, del registro paleoantropológico anterior y del propio criterio de sus descubridores. La duda se impone ante nuestro deseo de aclarar tan arduo problema: no podemos precisar, con la seguridad deseada, que algunas de las especies de nuestro género no sean en realidad manifestaciones diferentes de una misma identidad biológica, con todo lo que ello podría significar.
Estos problemas, junto a la lenta pero continua adquisición de nuevos datos paleontológicos y arqueológicos, hace que exista un continuo debate sobre la estructuración histórica de nuestra evolución. No cabe duda que los recientes descubrimientos de nuevos homínidos (Homo antecessor, georgicus y floresiensis) son claros ejemplos de la continua reorganización a la que está sometido el desarrollo evolutivo de nuestro linaje.
La teoría sintética de la evolución entiende a las especies no como entidades inmutables, sino como realidades dinámicas en continuo cambio en el tiempo y en el espacio, ofreciendo un paulatino y lento cambio morfológico (Ayala, 1980:122). Si la realidad es tal como se indica en esta expresión teórica, ¿dónde se pueden situar a las especies conocidas en este continuum evolutivo?
Como ya sabemos, esta forma de cambio evolutivo se produce junto a otras variaciones morfológicas realizadas con mayor rapidez en la formación de las especies, como explica el modelo de los equilibrios puntuados y las nuevas directrices sobre el cambio morfológico citadas en el blog. Ante la complejidad de la evolución anatómica de varias especies coetáneas, algunos autores ven la evolución humana como un arbusto ramificado, con gran dificultad para conocer cual es el pariente más cercano y quién es el antepasado de quién (Angela et al., 1992: 187). En este arbusto, los humanos son sólo unas ramitas laterales que se han significado, no sólo por sus cualidades, sino por la extinción de todos los demás.
La realidad es que estas ideas quedan muy lejos de las tradicionales divulgaciones científicas sobre los nuevos descubrimientos de restos humanos. Ideas que si están presentes en el mundo paleoantropológico, pero puede que no tanto en el arqueológico, en el que los autores apuestan por diversos árboles (si no se limitan a uno solo). Así, se ofrece a los lectores, que no estén en el conocimiento de tales dudas, una idea equivocada sobre la realidad evolutivo y la importante limitación del desarrollo científico en estas épocas de nuestra Historia.
Un taxón no es el ser viviente que pretendemos conocer – y que representa realmente nuestro fósil-: los taxones son entidades abstractas, producto de una operación racional, término de un lenguaje técnico.
La definición de especie más aceptada corresponde a un concepto biológico que especifica su contenido, como es la capacidad de reproducción o descendencia fértil entre elementos observables de similar anatomía (Ayala, 1980: 96). En el registro fósil es imposible poder conocer esta característica biológica, por lo que deben de establecerse criterios puramente morfológicos, considerando miembros de especies diferentes aquellos organismos de distintas épocas (aunque existe la posibilidad de convivencia temporal más o menos limitada) que difieren anatómicamente entre sí, al menos tanto como se diferencian los organismos actuales clasificados como especies distintas (Simpson, 1945: 16). Pero existe la imposibilidad de comprobar la hibridación biológica de esos grupos en estudio durante el periodo de convivencia pasado, mientras que la diferenciación anatómica estaría marcada en función del azar de los descubrimientos en el tiempo y el espacio, del número de muestras a estudiar, del estado de las mismos, del registro paleoantropológico anterior y del propio criterio de sus descubridores. La duda se impone ante nuestro deseo de aclarar tan arduo problema: no podemos precisar, con la seguridad deseada, que algunas de las especies de nuestro género no sean en realidad manifestaciones diferentes de una misma identidad biológica, con todo lo que ello podría significar.
Estos problemas, junto a la lenta pero continua adquisición de nuevos datos paleontológicos y arqueológicos, hace que exista un continuo debate sobre la estructuración histórica de nuestra evolución. No cabe duda que los recientes descubrimientos de nuevos homínidos (Homo antecessor, georgicus y floresiensis) son claros ejemplos de la continua reorganización a la que está sometido el desarrollo evolutivo de nuestro linaje.
La teoría sintética de la evolución entiende a las especies no como entidades inmutables, sino como realidades dinámicas en continuo cambio en el tiempo y en el espacio, ofreciendo un paulatino y lento cambio morfológico (Ayala, 1980:122). Si la realidad es tal como se indica en esta expresión teórica, ¿dónde se pueden situar a las especies conocidas en este continuum evolutivo?
Como ya sabemos, esta forma de cambio evolutivo se produce junto a otras variaciones morfológicas realizadas con mayor rapidez en la formación de las especies, como explica el modelo de los equilibrios puntuados y las nuevas directrices sobre el cambio morfológico citadas en el blog. Ante la complejidad de la evolución anatómica de varias especies coetáneas, algunos autores ven la evolución humana como un arbusto ramificado, con gran dificultad para conocer cual es el pariente más cercano y quién es el antepasado de quién (Angela et al., 1992: 187). En este arbusto, los humanos son sólo unas ramitas laterales que se han significado, no sólo por sus cualidades, sino por la extinción de todos los demás.
La realidad es que estas ideas quedan muy lejos de las tradicionales divulgaciones científicas sobre los nuevos descubrimientos de restos humanos. Ideas que si están presentes en el mundo paleoantropológico, pero puede que no tanto en el arqueológico, en el que los autores apuestan por diversos árboles (si no se limitan a uno solo). Así, se ofrece a los lectores, que no estén en el conocimiento de tales dudas, una idea equivocada sobre la realidad evolutivo y la importante limitación del desarrollo científico en estas épocas de nuestra Historia.
* AGUIRRE, E. (2000): Evolución humana. Debates actuales y vías abiertas. Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Madrid.
* ANGELA, P. y ANGELA, A. (1992): La extraordinaria historia de la vida. Mondadori. Madrid.
* AYALA, F. J. (1980): Origen y evolución del hombre. AU 278. Alianza. Madrid.
SIMPSON, G. G. (1945): The principles of classifications and a classification of mammals. Bulletin of the American Museum of Natural History, 85: pp.i-xvi, 1-350.
* ANGELA, P. y ANGELA, A. (1992): La extraordinaria historia de la vida. Mondadori. Madrid.
* AYALA, F. J. (1980): Origen y evolución del hombre. AU 278. Alianza. Madrid.
SIMPSON, G. G. (1945): The principles of classifications and a classification of mammals. Bulletin of the American Museum of Natural History, 85: pp.i-xvi, 1-350.
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