Ya vimos como la denominación de nuevas especies fósiles es un proceso que conlleva una importante carga de subjetividad científica. Es imposible saber si realmente las especies coetáneas tuvieron una incompatibilidad biológica real o no. Por ello, para su definición, sólo nos quedan sus diferencias anatómicas como testimonio de su diferenciación biológica. Ante tal situación, para que la ciencia pueda avanzar en su intento de ordenación y explicación de la realidad biológica, lo único que se puede realizar sería la propuesta de nuevas especies, con la esperanza de que la comunidad científica las acepte por medio de un compromiso teórico y temporal, ya que siempre puede revisarse ante la aparición de nuevos datos. El problema se acentúa sí, a la incierta denominación de diferentes especies biológicas, hay que añadir el establecimiento de un nuevo género que las englobe y caracterice. En este sentido, el establecimiento del género Homo presenta unos aspectos específicos y únicos, donde los criterios culturales tomaron especial fuerza, en la creencia de que sólo nuestro linaje podría crearlos, lo que en tan lejanos tiempos no está tan claro.
Muy recientemente, se han realizado excavaciones de tipo arqueológico en lugares de hábitat de chimpancés, encontrándose con un comportamiento similar al de los primeros humanos. Los chimpancés recogen grandes piedras de distintos materiales (cuarzo, granito y otras) y las llevan donde crecen los árboles que producen unas nueces (de la especie Panda oleosa). Después de recogerlas las sitúan sobre una raíz de árbol (el yunque), que golpean con una piedra (el martillo). Este procedimiento es necesario porque estas nueces son muy duras. Un chimpancé puede llegar a abrir 100 nueces en un día, descubriéndose que las crías pueden tardan hasta siete años en aprender esta técnica. Sin embargo, no todos los chimpancés rompen nueces con piedras, pues sólo se ha documentado esta práctica en África occidental (Costa de Marfil, Liberia y Guinea-Conakry), por lo que puede considerarse un comportamiento cultural que permite su utilización para distinguir una población de otra. Igualmente, se ha comprobado que los chimpancés trasladan las piedras (de hasta 15 kilogramos de peso) desde varios centenares de metros a estos lugares donde se utilizan. En estos yacimientos, que sólo tienen 100 años de antigüedad, se han encontrado lascas, que curiosamente son parecidas a las de los primeros yacimientos conocidos de industria lítica de los homínidos. Está claro que los chimpancés producen tales lascas sin intención, porque se producen al golpear las nueces y romperse las piedras. Sin embargo, pudiera ser que esta forma no intencionada de producción de lascas fuera el origen de la tradicional tecnología de los homínidos (Mercader et al., 2002). La búsqueda, importación y uso de estos martillos son claros procesos intencionados, pero la producción de lascas tiene un carácter accidental. No obstante, se parecen a formas humanas en sus más primitivas cadenas operatorias, salvo la intencionalidad de producir y utilizar tales lascas como herramientas. Este ejemplo nos ofrece unos antecedentes culturales en primates no humanos, sobre parte de la compleja conducta de la tecnología lítica que siempre se ha atribuido a nuestro género (buscar piedras adecuadas, transportarlas y utilizarlas). Si existen en estos primates, es imposible descartar con absoluta certeza su uso por los Australopithecus, aunque el registro arqueológico no aporta muchos datos sobre este asunto.
El segundo ejemplo se refiere a una forma de conducta sexual atribuida en exclusividad a nuestro linaje, como es la posibilidad de relaciones sexuales continuadas, consentidas y con fines sociales, para establecer lazos familiares y/o sociales permanentes. En las comunidades de bonobos (Pan paniscus) el sexo es un elemento clave para su vida social, hecho que es posible gracias a que la hembra de esta especie se manifiesta preparada casi sin solución de continuidad para las relaciones sexuales (de forma similar a las hembras humanas), incluso no se interrumpe durante la lactancia. Así, el sexo es ampliamente utilizado de forma continuada (sin limitaciones marcadas por la presencia o ausencia de la receptividad femenina), como elemento de concordia, pacificación y armonía social dentro de estos grupos de primates. Aunque entre estas comunidades no pueda verse familias nucleares al estilo de nuestras sociedades, no deja de ser cierto que su comportamiento encaja, en algunos aspectos, en las formas sexuales humanas (De Waal, 1995).
En estos ejemplos sobre la cultura en comunidades actuales de primates no humanos, vemos antecedentes de nuestra cultura social. Si los Australopithecus tenían un mayor desarrollo neurológico y cognitivo que estos primates, es posible que hubieran desarrollado formas conductuales muy parecidas a las atribuidas a los Homo habilis. Así, aparece un nuevo problema teórico, pues una vez relacionado al Homo habilis con la fabricación de herramientas, el hallazgo de restos líticos en periodos más antiguos (hasta 2,5 m. a. donde no hay restos fósiles de los Homo habilis y si de Australopithecus) son atribuidos inmediatamente al género Homo, excluyendo automáticamente a los otros homínidos coetáneos.
En las características que deben tener las especies pertenecientes al género Homo, existen suficientes diferencias morfológicas como para distinguirlas de las pertenecientes al género Australopithecus. Siguiendo esta línea argumentativa, adquieren especial interés, para los temas que tratamos, las diferencias neurológicas que se aprecian en los endomoldes de sus respectivos cráneos (Holloway, 1996; Tobias, 1971). Sin embargo, y a pesar de la notable diferenciación anatómica existente entre estos dos géneros, la característica principal por lo que se asimiló el Homo habilis a nuestro linaje y se excluyó a los Australopithecus del género Homo, reside en la asociación de los fósiles del primero con las herramientas de piedra encontradas en diversos yacimientos, mientras que el segundo nunca ha podido confirmarse tal relación Como puede verse, pesa más la diferenciación cultural que la anatómica en estas clasificaciones taxonómicas. Nos limitamos a ofrecer la categoría humana a los fósiles que se relacionan con la fabricación y uso de las herramientas encontradas en ese primitivo periodo. Si tenemos en cuenta el escaso número de asociaciones directas entre los fósiles del Homo habilis y los útiles de piedra, surgen dudas sobre que su existencia pueda deberse a la casualidad, a que no se ha buscado lo suficiente, o que no ha habido suerte. No obstante, el mayor desarrollo neurológico del Homo habilis, sus asociaciones con las herramientas de piedra y la conducta observada en algunos de sus yacimientos, pueden ser pruebas suficientes como para atribuirles el inicio de un comportamiento que encaja bien con el de los seres humanos. Si alguna vez se encuentran datos que puedan atribuir algunas de estas características a los Australopithecus, no cabe duda que habrá que replantearse el inicio de nuestro linaje. Tal vez sea importante resaltar, que la línea que separa los conceptos de humanos y no humanos es muy fina, al menos en esta época, lo que da pie a pensar en las cualidades casi humanas que podían presentar los Australopithecus.
Si viéramos a un Homo habilis enseguida notaríamos que se parecía mucho más a los monos actuales que a nosotros. Incluso su conducta, salvados todos los perjuicios culturales que se han aplicado a la sociedades de grandes primates, sería muy parecida. El problema de denominar a unos como Homo y a otros como Australopithecus, es que subjetivamente vamos a inferir modelos más humanos de conductas a los primeros, en claro perjuicio de los segundos. Aunque tales divisiones son imprescindibles para el desarrollo teórico de la Prehistoria, cabe la posibilidad de no haber enfocado el problema en los correctos caminos de la objetividad científica.
-DE WAAL, F. B. M. (1995): Vida social de los bonobos. Investigación y Ciencia, 224: 52-59.
Muy recientemente, se han realizado excavaciones de tipo arqueológico en lugares de hábitat de chimpancés, encontrándose con un comportamiento similar al de los primeros humanos. Los chimpancés recogen grandes piedras de distintos materiales (cuarzo, granito y otras) y las llevan donde crecen los árboles que producen unas nueces (de la especie Panda oleosa). Después de recogerlas las sitúan sobre una raíz de árbol (el yunque), que golpean con una piedra (el martillo). Este procedimiento es necesario porque estas nueces son muy duras. Un chimpancé puede llegar a abrir 100 nueces en un día, descubriéndose que las crías pueden tardan hasta siete años en aprender esta técnica. Sin embargo, no todos los chimpancés rompen nueces con piedras, pues sólo se ha documentado esta práctica en África occidental (Costa de Marfil, Liberia y Guinea-Conakry), por lo que puede considerarse un comportamiento cultural que permite su utilización para distinguir una población de otra. Igualmente, se ha comprobado que los chimpancés trasladan las piedras (de hasta 15 kilogramos de peso) desde varios centenares de metros a estos lugares donde se utilizan. En estos yacimientos, que sólo tienen 100 años de antigüedad, se han encontrado lascas, que curiosamente son parecidas a las de los primeros yacimientos conocidos de industria lítica de los homínidos. Está claro que los chimpancés producen tales lascas sin intención, porque se producen al golpear las nueces y romperse las piedras. Sin embargo, pudiera ser que esta forma no intencionada de producción de lascas fuera el origen de la tradicional tecnología de los homínidos (Mercader et al., 2002). La búsqueda, importación y uso de estos martillos son claros procesos intencionados, pero la producción de lascas tiene un carácter accidental. No obstante, se parecen a formas humanas en sus más primitivas cadenas operatorias, salvo la intencionalidad de producir y utilizar tales lascas como herramientas. Este ejemplo nos ofrece unos antecedentes culturales en primates no humanos, sobre parte de la compleja conducta de la tecnología lítica que siempre se ha atribuido a nuestro género (buscar piedras adecuadas, transportarlas y utilizarlas). Si existen en estos primates, es imposible descartar con absoluta certeza su uso por los Australopithecus, aunque el registro arqueológico no aporta muchos datos sobre este asunto.
El segundo ejemplo se refiere a una forma de conducta sexual atribuida en exclusividad a nuestro linaje, como es la posibilidad de relaciones sexuales continuadas, consentidas y con fines sociales, para establecer lazos familiares y/o sociales permanentes. En las comunidades de bonobos (Pan paniscus) el sexo es un elemento clave para su vida social, hecho que es posible gracias a que la hembra de esta especie se manifiesta preparada casi sin solución de continuidad para las relaciones sexuales (de forma similar a las hembras humanas), incluso no se interrumpe durante la lactancia. Así, el sexo es ampliamente utilizado de forma continuada (sin limitaciones marcadas por la presencia o ausencia de la receptividad femenina), como elemento de concordia, pacificación y armonía social dentro de estos grupos de primates. Aunque entre estas comunidades no pueda verse familias nucleares al estilo de nuestras sociedades, no deja de ser cierto que su comportamiento encaja, en algunos aspectos, en las formas sexuales humanas (De Waal, 1995).
En estos ejemplos sobre la cultura en comunidades actuales de primates no humanos, vemos antecedentes de nuestra cultura social. Si los Australopithecus tenían un mayor desarrollo neurológico y cognitivo que estos primates, es posible que hubieran desarrollado formas conductuales muy parecidas a las atribuidas a los Homo habilis. Así, aparece un nuevo problema teórico, pues una vez relacionado al Homo habilis con la fabricación de herramientas, el hallazgo de restos líticos en periodos más antiguos (hasta 2,5 m. a. donde no hay restos fósiles de los Homo habilis y si de Australopithecus) son atribuidos inmediatamente al género Homo, excluyendo automáticamente a los otros homínidos coetáneos.
En las características que deben tener las especies pertenecientes al género Homo, existen suficientes diferencias morfológicas como para distinguirlas de las pertenecientes al género Australopithecus. Siguiendo esta línea argumentativa, adquieren especial interés, para los temas que tratamos, las diferencias neurológicas que se aprecian en los endomoldes de sus respectivos cráneos (Holloway, 1996; Tobias, 1971). Sin embargo, y a pesar de la notable diferenciación anatómica existente entre estos dos géneros, la característica principal por lo que se asimiló el Homo habilis a nuestro linaje y se excluyó a los Australopithecus del género Homo, reside en la asociación de los fósiles del primero con las herramientas de piedra encontradas en diversos yacimientos, mientras que el segundo nunca ha podido confirmarse tal relación Como puede verse, pesa más la diferenciación cultural que la anatómica en estas clasificaciones taxonómicas. Nos limitamos a ofrecer la categoría humana a los fósiles que se relacionan con la fabricación y uso de las herramientas encontradas en ese primitivo periodo. Si tenemos en cuenta el escaso número de asociaciones directas entre los fósiles del Homo habilis y los útiles de piedra, surgen dudas sobre que su existencia pueda deberse a la casualidad, a que no se ha buscado lo suficiente, o que no ha habido suerte. No obstante, el mayor desarrollo neurológico del Homo habilis, sus asociaciones con las herramientas de piedra y la conducta observada en algunos de sus yacimientos, pueden ser pruebas suficientes como para atribuirles el inicio de un comportamiento que encaja bien con el de los seres humanos. Si alguna vez se encuentran datos que puedan atribuir algunas de estas características a los Australopithecus, no cabe duda que habrá que replantearse el inicio de nuestro linaje. Tal vez sea importante resaltar, que la línea que separa los conceptos de humanos y no humanos es muy fina, al menos en esta época, lo que da pie a pensar en las cualidades casi humanas que podían presentar los Australopithecus.
Si viéramos a un Homo habilis enseguida notaríamos que se parecía mucho más a los monos actuales que a nosotros. Incluso su conducta, salvados todos los perjuicios culturales que se han aplicado a la sociedades de grandes primates, sería muy parecida. El problema de denominar a unos como Homo y a otros como Australopithecus, es que subjetivamente vamos a inferir modelos más humanos de conductas a los primeros, en claro perjuicio de los segundos. Aunque tales divisiones son imprescindibles para el desarrollo teórico de la Prehistoria, cabe la posibilidad de no haber enfocado el problema en los correctos caminos de la objetividad científica.
-DE WAAL, F. B. M. (1995): Vida social de los bonobos. Investigación y Ciencia, 224: 52-59.
-HOLLOWAY, R. L. (1996): Evolutionary of the human brain. En Locke y Peters (eds.). Handbook of Human Symbolic Evolution. Clarendon Press. Oxford. 74-108.
-MERCADER, J.; PANGER, M. y BOESCH, C. (2002): Excavation of a chimpanzee stone tool site in the African rainforest. Science, 296: 1452-1455.
-MERCADER, J.; PANGER, M. y BOESCH, C. (2002): Excavation of a chimpanzee stone tool site in the African rainforest. Science, 296: 1452-1455.
-TOBIAS, P. V. (1971): The distribution of craneal capacity values among living hominoids. Proceedings of the Third International Congress of Primatology, Zurich. Vol. 1:18-35.
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