Siempre
se ha comentado que el éxito de supervivencia y expansión geográfica del género
Homo se debe a su gran
capacidad de adaptación. Sin embargo, no se ha matizado lo suficiente
sobre las características de esta capacidad, que en general se asumía como las
variaciones biológicas que favorecían las adaptaciones a los diversos
ecosistemas en los que podemos comprobar su existencia en el pasado.
![]() |
Su poder adaptativo llevo a las poblaciones humanas a expandirse por todo el mundo |
A
lo largo del siglo XX la característica más importante que se resaltaba sobre
las capacidades adaptativas humanas se ceñían a los cambios morfológicos que
podíamos apreciar en los fósiles de las diferentes especies de nuestro linaje.
Naturalmente, no se podía marginar totalmente los aportes que la cultura
(tecnología, sociabilidad, lenguaje, etc.) podía aportar en este proceso, pero
se consideraban como consecuencia directa de la neuroevolución.
Tradicionalmente,
la Arqueología ha explicado los avances socioculturales como formas de adaptación
ecológica, donde las principales fuerzas impulsoras son la variabilidad
medioambiental y la dinámica poblacional (d’Errico y Stringer, 2011; Banks,
d´Errico y Zilhão, 2013). Se estaría destacando la gran flexibilidad y capacidad para
producir
innovaciones que las poblaciones humanas modernas adquirieron con la
evolución (Kandel et al. 2015; d´Errico
et al. 2017).
En
este contexto, ya puede apreciarse el inicio de un cambio de paradigma, pues la
adaptabilidad se atribuye más a la existencia de ciertas capacidades
cognitivas (flexibilidad y capacidad de
innovación) que a la simple variación morfológica como principal mecanismo
adaptativo a las variaciones ecológicas (medioambiente, clima, geografía, geología,
etc.). Efectivamente, los estudios de adaptabilidad, aunque mantengan cierta
importancia al medio ambiente en general, comienzan a valorar más los cambios
cognitivos que se producen en las poblaciones humanas. Así, se inician los
desarrollos de dos básicas ideas dentro de nuestra adaptabilidad:
Todas las especies viven y se desarrollan en un medio
ambiente determinado (nicho ecológico), pero solo las poblaciones del género Homo
tienen con él una relación dinámica,
pues pueden cambiar sus características mediante su particular interacción. La
causa es una especial forma de relación social entre los miembros de sus
comunidades, así como una mayor
capacidad de captación, procesamiento, asimilación y transmisión de la
información que la naturaleza nos ofrece, con lo que se mejoraría la capacidad de
cambio y, por tanto, de adaptación. Su realización se produce mediante el aprendizaje social, la creación
y desarrollo del lenguaje humano,
y a la emergencia de nuevas
capacidades cognitivas como la ampliación de la memoria de trabajo,
desarrollo de la teoría de la mente y de la autoconciencia. Estas capacidades cognitivas actuando en adecuada coordinación
permiten que la construcción de este nicho sea un proceso de permanente acumulación y transformación, en el que las
conductas, las herramientas y las ideas se van mejorando de generación en
generación. Estos conceptos reflejan la importancia de la cultura, creando los llamados nichos culturales y/o cognitivos
(Tomasello, 1999; Bickerton, 2009; Rivera and Rivera, 2019).
En el inicio de nuestra evolución se produciría un
mecanismo de adaptación básicamente similar al visto en las demás especies
biológicas (la adaptación anatómica y/o fisiológica como cambio de la
biología). Pero de una forma paralela, muy lenta al principio y más rápida a lo
largo de la evolución de nuestro linaje, se iría desarrollando las formas culturales
humanas, las cuales, a su vez, irían produciendo desarrollos cognitivos,
mediados por los procesos de coevolución
y emergencia
cognitiva.
La cultura
ejercería una presión selectiva cada vez más importante, la cual moldearía la estructura de la red neurológica que procesa
los parámetros de aprendizaje y
de adquisición de datos, es el
efecto Baldwin (Bateson, 2004). Así, la anatomía del cerebro puede
seleccionarse para acomodar mejor los requisitos
físicos o neuronales de los procesos y representaciones aprendidas (Lotem
et al. 2017), es decir, se crearía un
nicho de características cognitivo-culturales
(Rivera and Rivera, 2019).
Anatómicamente se ha podido comprobar
el cambio de la básica estructuración funcional que ejerce de fundamento
neurológico a estos procesos. En los lóbulos posteriores del cerebro conocemos
el área de asociación parieto-temporo-occipital que sería el receptor e integrador de las aferencias sensitivas externas
(áreas primarias visuales, sensitivas y auditivas). Esta información integrada,
que puede ser asociada (simbolizada) por sonidos o señas apropiadas, en función de los procesos de atención tendría que pasar al lóbulo
frontal para su correlación emocional, procesamiento racional y la producción
de una respuesta motora si es necesaria. Las vías nerviosas que pueden realizar
esta función no están del todo bien conocidas, pero podemos destacar dos
importantes áreas y fascículos de los que tenemos una comprobación anatómica de
su evolución o desarrollo funcional: el Precúneo o Precuña y sus conexiones con el Lóbulo Prefrontal (Bruner et al. 2014) y el área de Wernicke y la
importante evolución del fascículo
arqueado, que llega tanto al área de Broca como al Lóbulo Prefrontal (Rilling, et al. 2008).
Todos
estos datos, expuestos de forma muy genérica, nos indican la necesidad de una
Arqueología cognitiva moderna e interdisciplinar, si queremos conocer el
fundamento de nuestra evolución conductual y cognitiva
- Banks,
W. E.; d´Errico, F. y Zilhão, J. (2013): Corrigendum to “Human-climate interaction
during the Early Upper Palaeolithic: Testing the hypothesis of an adaptive
shift between the Proto-Aurignacian and the Early Aurignacian”. Journal of Human Evolution, Volume 64,
Issue 1: 39-55.
- Bateson, P. (2004): The Active Role of Behavior in Evolution. Biology
and Philosophy 19 (2),
283-298.
- Bickerton, D. (2009). Adam´s Tongue:
How Humans Made Language, How Language Made Humans. New York. Hill and
Wang.
- Bruner, E. and Lozano, M. (2014). Extendedmind and visuo-spatial integration: three hands for the Neandertal lineage. Journalof Anthropological Sciences. Vol. 92, 273-280.
-
d´Errico, F. y Stringer, Ch. B. (2011): Evolution, revolution or saltation
scenario for the emergence of modern cultures? Philosophical Transactions B. 366, 1060-1069.
-
d´Errico, F.; Banksa, W. E.; Warrend, D. L.; Sgubine, G.; Niekerkb, K.;
Henshilwoodb, Ch.; Daniaue, A-L. y Sánchez Goñie, M. f: (2017): Identifying
early modern human ecological niche expansions and associated cultural dynamics
in the South African Middle Stone Age. PNAS,
vol. 114, no. 30: 7869–7876.
- Kandel,
A.; Bolus, M.; Bretzke, K.; Bruch, A.; Haidle, M.; Hertler, Ch. and Märker, M.
(2015): Increasing Behavioral Flexibility? An Integrative Macro-Scale Approach
to Understanding the Middle Stone Age of Southern Africa. J. Archaeol Method Theory. Vol. 22, (2).
- Lotem, A., Halpern, J. Y., Edelman, S. and Kolodny, O.
(2017, July). The evolution of cognitive mechanisms in response to cultural
innovations. Proceedings of the
National Academy of Sciences, 114 (30), 7915–7922.
- Rilling, J.
K. and Insel, T. R. (1999, August). The primate neocórtex in comparative perspective
using magnetic resonance imaging. Journal of Human Evolution, 37, 191-223.
- Rivera,
A. y Menéndez, M. (2011): Las conductas simbólicas en el Paleolítico. Un
intento de comprensión y análisis desde el estructuralismo funcional. Espacio, Tiempo y Forma, Nueva
temporada, 4.
-
Tomasello, M. (1999). The Cultural Origins of Human Cognition.
Cambridge, MA, US: Harvard
University Press.