viernes, 15 de febrero de 2013

Estructuralismo en Arqueología


El estudio de la conducta humana en el Paleolítico siempre ha estado limitado por dos grandes inconvenientes. Primero, por la escasez de datos que de tal época tenemos, y segundo por la falta de métodos que nos permitan analizarlos con la mayor objetividad posible. Desde el inicio de la Prehistoria como ciencia se ha intentado elaborar formas y métodos que permitan una interpretación de los datos arqueológicos adecuada.

Algunos autores opinan que el Estructuralismo puede ser una posición interesante, en el intento de estudiar objetivamente las realidades sociales o colectivas de la Prehistoria. Esta corriente teórica, basada fundamentalmente en la escuela del antropólogo Claude Lévi-Strauss (1908-2009) y desarrollada a mediados del siglo XX, se basa fundamentalmente en la aceptación de unas estructuras o modelos genéricos (aparentemente no visibles) sobre el funcionamiento que rige la conducta humana (Lévi-Strauss, 1964). Las estructuras de percepción (sentidos) y procesamiento (cerebro) de la realidad deberían ser similares en todos los grupos humanos, lo que implicaría que tenemos una forma básica, común a todos los pertenecientes a nuestra especie, de conocer la realidad material del mundo en el que vivimos. En este sentido, el Estructuralismo intenta realizar una interpretación objetiva, pues para él, el sujeto que se analiza (seres humanos de la prehistoria o actuales) no es importante, dado que ambos están determinados por esas características comunes que encauzan las acciones de la sociedad, y el que lo estudia (antropólogo, arqueólogo, etc.) tampoco, pues sólo intenta descubrir los códigos comunes que le lleven a entender la percepción de la realidad del grupo observado (Hernando, 1999).

A. Leroi-Gourhan
Sin embargo, el estructuralismo, como corriente metodológica, pocas veces ha constituido una gran alternativa coherente y duradera en Arqueología. Un ejemplo de su utilización nos la ofrece el Profesor André Leroi-Gourhan (1911-1986), quien introdujo, a mediados del siglo pasado, el estructuralismo en la Arqueología. Entre su monumental obra destaca la teoría sobre la interpretación del arte paleolítico, basado en las ideas de esta corriente científica. En sus investigaciones sobre la pintura rupestre pretendió hallar relaciones míticas entre los dibujos de los animales y una cierta simbología sexual humana (Leroi-Gourhan, 1965). Para él, existen dos principios bien representados en estas figuras, el femenino (mujer, signo femenino o bóvido) y masculino (hombre, signo masculino o caballo), los cuales debían repartirse de una forma prefijada y equilibrada en toda la cavidad. Tal relación es posible que exista, pero es prácticamente imposible probar su realidad, pues para ello sería necesario poder pensar como sus creadores, lo que imposibilita su realización. Demasiado pragmático para mantenerse en esa posición, Leroi-Gourhan evolucionó rápidamente hacia formas más flexibles de interpretación de los hechos. Se echaba en falta un mayor conocimiento sobre la realidad neurológica y psicológica del ser humano en relación con su conducta, así como la certeza de la gran variedad de caminos que puede elegir en su desarrollo, imposibilitando el conocimiento exacto de la realidad. Un estudio similar lo realizó Annette Laming-Emperaire (1962).

Se echaba en falta un mayor conocimiento sobre la realidad neurológica y psicológica del ser humano en relación con su conducta, así como la certeza de la gran variedad de caminos que puede elegir en su desarrollo. Se desconoce, con un mínimo de certeza, de las características de esas estructuras comunes de percepción e interpretación, por lo que su desarrollo se ha realizado un tanto a ciegas, sin conocer las propias limitaciones que la estructura biológica común presenta. Habría que volver a desarrollar leyes generales sobre la forma de crear y desarrollar la conducta humana, pero con la suficiente flexibilidad como para que se adaptasen a las particularidades, sociales y personales, de cada contexto arqueológico, es decir, explicar la diversidad cultural y de pensamiento como característica esencial de la conducta humana.

Actualmente, conocemos que la estructura histológica y anatómica de la corteza cerebral de los primates es prácticamente igual entre todos ellos, diferenciándose cuantitativamente en la superficie de las áreas asociativas del córtex, en su facilidad para formar redes neuronales o su funcionalidad, y posiblemente en otros factores bioquímicos no muy bien analizados. La evolución fue desarrollando cerebros más grandes, con mayor superficie cortical, mayor capacidad de sinapsis o de formación de redes neuronales, y un aumento diferenciado o alométrico de las áreas de asociación, pero no cerebros de estructuración celular, anatómica y fisiológica diferentes. El cerebro del Homo sapiens que vivió hace unos 100.000 años era muy similar, por no decir prácticamente igual, al nuestro. La única diferencia que podemos resaltar corresponde a la calidad y cantidad de información existente entre la cultura de ese momento y la actual; una con escasos componentes simbólicos y/o abstractos, y la otra basada en su mayoría en conceptos con este tipo de características. La forma de funcionar de ambos cerebros sería la misma, aunque condicionada por la diferente información que recibirían en los distintos periodos culturales.

Con esta visión, la única manera de tener un mínimo de objetividad en el estudio de la conducta humana en la prehistoria, es creando un modelo teórico común a todos los seres humanos, pero independiente de los aspectos particulares de la cultura de cada momento. Esto puede intentarse por medio de un estudio limitado a aquellos factores comunes o estructurales propios de nuestra especie, que pueden aplicarse a los seres humanos actuales y a los que desarrollaron las culturas del Paleolítico. Las características relacionadas con la Biología Evolutiva, Neurología, Psicología y Sociología ofrecen un panorama fácilmente identificable con un estructuralismo funcional, es decir, con la base funcional sobre la que se va a desarrollar nuestro pensamiento y conducta, siendo común en todos los seres humanos. No obstante, la forma en que esta percepción y procesamiento de la realidad va a dar lugar a la construcción socioeconómica y cultural, puede ser distinta en los diferentes grupos humanos que conocemos. En definitiva, lo que se quiere dar a entender es que las formas fisiológicas de percepción de la naturaleza (los cinco sentidos conocidos por todos: gusto, tacto, olfato, audición y visión), y su procesamiento en el sistema nervioso de los seres humanos, son iguales para todos los de la misma especie. Mientras que entre las demás especies humanas serían sólo similares, pues existen ligeras diferencias de funcionalidad y de capacidad cognitiva, aún por precisar. Por tanto, cada grupo social de una misma especie humana puede, independiente unos de otros, ir creando una estructura lógica social y personal diferente. Lo que en un principio es común, en su desarrollo se iría diversificando. En este sentido se ha desarrollado la Arqueología cognitiva basada en un Estructuralismofuncional de la características psicobiológicas del cerebro humano.

* Hernando, A. (1999): Percepción de la realidad y Prehistoria, relación entre la construcción de la identidad y la complejidad socio-económica en los grupos humanos. Trabajos de Prehistoria, 56 (2): 19-35.  
* Laming-Emperaire, A. (1962): La signification de l'art rupestre paléolithique; méthodes et applications. A. and J. Picard.  
* Leroi-Gourhan, A. (1965): Préhistorie de l´árt occidental. París. Mazenod.